miércoles, 26 de julio de 2017

Dos poemas de Julia Escobar





No nacimos para descansar.
Nacimos para aceitar una y otra vez
la lámpara vieja que ilumina nuestro rostro fatigado
y que hace brillar nuestro sudor.
No nací para descansar.
Nací para buscar estrategias para abrirme camino entre la espesura de la selva,
encontrar mi comida y defender mi lecho de mis enemigos.
Para escribir en el vidrio empañado, en la arena, en el lago,
mientras espero el próximo peligro.
No nací para descansar.
Pero quizás descanso en los instantes en que veo nacer la llama de la lámpara,
cuando diviso el paisaje desde la cima de la montaña,
cuando el viento se lleva mi aliento o me lo intercambia,
cuando el árbol me lanza un fruto
y las flores me parecen bellas,
cuando respiro y pongo el punto de la efímera escritura.






En los titulares de los periódicos de mi país
se dice que se encuentran varios muertos al día
en el río que atraviesa a mi ciudad,
como una herida de cuchillo en la cara.
Se dice que las mujeres mueren después de las cirugías plásticas
(y uno ve tantas por la calle…
Sus pechos y glúteos llenos de vanidad,
porque “vanidad, vanidad, todo es vanidad”).
Se discute en los países la aceptación del matrimonio gay.
Se cuenta que los famosos usan este y otro producto
y que se mantienen en los juzgados
y los muestran a veces sin maquillaje o sostén.
Se habla de políticos que dialogan con pájaros
y que el Vaticano visita asiduamente las páginas porno de internet.
Se narra de un país oriental que juega a la amenaza de la guerra nuclear
y mi país pelea con otro por un pedazo de mar.
Y, en un cuarto pequeño, alguien como yo
bebe vino y calla,
calla siempre
y escribe mientras muere el día,
mientras muere una tarde con libertad falsa de fin de semana.