lunes, 21 de septiembre de 2015

Rosario Castellanos: intensa



Escribo porque yo, un día, adolescente,

me incliné ante un espejo y no había nadie.

Siete poemas renales de Jorge Torres Ulloa

En la literatura chilena se ha dado el caso de libros escritos durante la decadencia, uno de ellos, quizá el más conocido, sería Diario de muerte de Enrique Lihn. No obstante, existen varios otros títulos como Veneno de escorpión azul. Diario de vida y muerte de Gonzálo Millán, El cumpleaños de mi sombra de Luis Vulliamy y el que ha captado por completo mi atención, al ser también una enferma renal, Poemas renales de Jorge Torres Ulloa.

Jorge Torres Ulloa fue un enfermo de IRC durante gran parte de su vida, y padeció sobre todo el desgaste de los tratamientos sustitutivos como la hemodiálisis, pocos años antes de su muerte, fue transplantado, lo que le permitió vivir un poco más. Su figura en la literatura chilena, y retomando un poco lo que menciono arriba, ha sido un tanto olvidada, Iván Carrasco, atribuye este olvido en parte al voluntario alejamiento por parte del autor de los distintos círculos de crítica.

Para saber más de Jorge Torres Ulloa, pueden acceder a la siguiente página, donde encontraran algunos ensayos, poesía inédita y artículos que analizan su obra.



SUELTOS DE TESTAMENTARIA Y EXPRESIÓN DE DESEO


Los órganos de mi cuerpo
por este acto dono
(incluyo el que, a su vez donado,
me permite hoy pergeñar aún
algo de estos aires).
¡Allá la ciencia que escoja!

Cirujano o legista,
bisturí o escalpelo. Da lo mismo.

Regalo mis gestos, todos los hábitos, este
amor incipiente que se derrama.

¿Y qué de mi identidad?
¿Qué hay con mi identidad?
Declaro sin esbozos ante notarios,
cualquier ministro de fe:
allí van mis huellas dactilares, plantares,
mi impronta,
los pabellones de mis orejas, dono.

Por acá mi dentadura, sus vetas
auríferas y plúmbeas,
toda la osamenta obsequio.

¿Quién tiene sed de mi tuétano?

¿Mi DNA, a quién?

Dono mi nombre
Dono mi nombre,
Mi nombre también dono.
¿Desea alguien servirse de mi nombre?

¿Testaferro de quien quiere ser mi nombre?

¡Qué más me gustaría ser
sino testaferro de Dios!



EL ASILADO

Asido sólo al lecho
dolido el cuerpo que padece
Dios habita en mi miedo
yo que moro en su misterio.

Mi muerte en lontananza
guiña su ojo vacuo.


UNO MÁS UNO ES UNO

Hermano,
descargas de la lumbar
región la víscera
y me la quedo.
Sangran nuestros costados
ahora que somos uno.



NOCTURNO

Si cada día tiene su afán,
te pregunto, Dios,
¿cuál es el de la noche?



TUVE A DIOS

Tuve a Dios en mis manos, 
De ambas
                  manco he quedado.

Entre ceja y ceja, lo tuve
          bizco
estoy desde entonces.


STATUS DE NÁUFRAGO

Cuando víctimas todos del mismo naufragio
Vosotros,
los que moristeis de muerte total
Vosotros,
contumaces
ya no sois más mis compañeros deste juego.
Bien lo sabíais;
tratábase de una cuestión de palabras
(y de su fe irrenunciables en ellas).
Eso sí,
de mixtura y proporción exacta.
Ustedes,
los ufanos verborreicos
no bastáronles el desangre de esos días
en que campeaba la anemia
tanto y tan perniciosa.
Desatendisteis las palabras que importaban
dandoos con gula al festín parlante.
(Dilema de facultativos el atender
las veleidades de la semiología).
Recordaréis a las blancas susurrantes diciéndoos:
¡No le escuchéis!
¡Haced oídos sordos!

Guardia de mi propia vigilia
que es donde mora mi cordura
y este desvarío mío se consuela,
Os dije:
              ¡Utilizad las palabras adecuadas!
              ¡No os desgastéis en las vacuas!
              ¡Utilizad las palabras pertinentes!

Pero, nada.
Bien sabíais que no se trataba de exorcismos ni taumaturgias.
Sólo alimentar el verbo.



SIMPLEMENTE ALIMENTAR EL VERBO

Se explicarán ahora mis frecuentes ataques de mudez,
una cierta lentitud en el hablar:
Buscaba la precisión del adjetivo.

La conjugación cabal.
y ahora,
que ya no sois más mis compañeros deste juego
junto a tácita convicción
                     yazgo
distrayéndome en nuevos ocios,
mementando vuestras vocinglerías:

                     YO

el dialítico
                  el dialéctico

especulando qué hacer
para cuando la barca de Caronte zozobre y
aferrado a la mísera condición destas palabras,
mantener el exiguo
                       status de náufrago
para, socorrido por las potestades, tener
libre acceso a la vastedad de todas esas playas.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Enriqueta Ochoa y Xalapa (Segunda Parte)

Distintos poemas de Enriqueta podrían hacernos pensar en Xalapa, pero son dos poemas en específico donde ella habló de esta ciudad, de estridentópolis, ciudad que ha marcado a otros poetas como Porfirio Barba Jacob, quien escribió su Nocturno de Jalapa. 

Otro poema que tiene imágenes que remiten un poco a Xalapa, pero que no incluiré aquí ya que sólo algunas partes parecen remitir a esta ciudad, es uno que dedicó a Jorge Lobillo poco antes de su muerte y es posible leerlo AQUÍ. Otro poema, en el que, quizá es un poco aventurado decir que recuerda a Xalapa por las imágenes con que construye al amado, sería "Perfecto mío, señor de los potreros".

Los primeros "Cuadros de Jalapa..." fueron publicados en 1975, de acuerdo con la última antología del total de la obra de Enriqueta; por su parte, estos "Nuevos Cuadros de Jalapa bajo la lluvia" fueron publicados por primera vez en 1984 en Bajo el oro pequeño de los trigos.

Con este segundo poema doy por terminada esta brevísima reunión de poemas. 

Fotografía tomada de la revista Alforja, no. 39.


NUEVOS CUADROS DE JALAPA BAJO LA LLUVIA

Para Jorge Lobillo




Desde el puente de Xalitic
qué traslucido el viento
bajo el vaho lechoso de la niebla
que se desprendía de los jinicuiles,
mientras el agua oscurecía
las baldosas de los callejones,
culebras de luz
por donde escurrían cuesta abajo,
los hilos de la lluvia.

II

El potro de la noche cabalgaba
con las crines al viento,
con los ijares mojados de chapotear en la luna.
Sus cascos enfebrecidos
hundían a los astros tiernos
en el césped del espacio
y los hacían caer en millones de estrías
sobre los adoquines mojados del patio.
Pertinaz,
la lluvia seguía
con su voz de vidrio desmoronado.

III

Allá fue el amor.
Empapados de lluvia
entraban los días por la ventana
exhalando frescura,
sacudiendo su ramaje recién lavado.
Allá fue el amor.
Se nos iba la fuerza en cada roce de piel,
derretidos los huesos hasta el gemido
abierto como un ¡ay! de luz
que se disparaba desde el centro mismo de la vida.
Nunca quise encerrarlo
bajo el candado cotidiano de la pertenencia,
por temor de que me lo saqueara,
brutalmente, el tiempo.


IV

Deshojada en cristales leves,
se quedaba Jalapa
desparramándose en el viento
con ojos de eternidad.

sábado, 19 de septiembre de 2015

Enriqueta Ochoa y Xalapa (Primera parte)

Xalapa o Jalapa, para Enriqueta es más común escribir Jalapa con jota. Esta pequeña ciudad marcó a la poeta en más de un sentido. De acuerdo con Jorge Lobillo, Enriqueta llegó a Xalapa por la década de los sesenta el siglo pasado, venía divorciada y traía a su hija de tres años consigo y además dos desiertos clavados en el cuerpo: el de torreón y el de marruecos.  Por otra parte, la crítica ha hermanado a Enriqueta con poetas como Anna Ajmátova, en tanto que parece atemporal, y como Emily Dickinson, en tanto que ambas poetas abonan una poesía desgarrada.

De su paso por la capital de Veracruz hay más de un poema que busca retratar lo que fue Jalapa para ella, ya que, la arquitectura real de una ciudad, es casi siempre, la que quedó en nuestros recuerdos.



CUADROS DE JALAPA BAJO LA LLUVIA

I

Jalapa es una mujer redonda, menudita,
mitad misterio de retrato antiguo
y mitad sibarita.
Tiene un ojo sedoso en sus haberes,
en él penetra el tiempo, allí se pierde;
y exhala por las grietas verdes
su fragancia de olvido entre la hierba.
Un constante alud de espigas de humo
golpea sus tejados;
intangible, bañada de luz tierna,
apenas si respira.
El asma la sofoca cuando un brazo de tufo neblinoso
se desliza en su piel, se la queda bebiendo,
y una no sabe nunca
si la ha desdibujado el viento,
o se ha quedado en algún rincón, desfallecida.

II

Jalapa fue el varón
que equilibró el vaivén de mis temperaturas.
Yo lo amé hasta la médula misma de los días.
Tenía una caoba en llamas
bajándole desde el cerco  de sus ojos de ciervo,
hasta la sed de mi cintura.
Nunca mejor jinete cabalgó en las llanuras,
nunca la rueca hiló mejor el misterio de su música.
Yo me asomaba al fondo de mi hambre
para medir su piel,
y era un bosque en incendio
el canela de luz que sostenía su columna.

III

Llegué a tientas, con los ojos quemados
-pájaro de ceniza en desbandada-,
Jalapa fue ese mechón ardiendo
que cauterizó el gemido; 
ese huésped que entró a iluminar la sombra,
ordenándome el verbo y el verano.
En el ojo del tiempo pulsé el silencio
y vi crecer los brotes de luz
en la alta locura de jóvenes hermanos,
buceadores de la eternidad,
que volvían de su viaje
con las manos cargadas por los frutos del sol.
Con ellos compartí la sal y el viento,
y la veta de oro en las minas del oficio.

IV

Amanecía Jalapa con el sol tirado
entre los cristales verdes
de una cuchilla de agua.
A bocanadas se aspiraba la hermosura...
Y yo me quitaba hasta el guante que nos protege el corazón
para que resguardaran los demás el suyo.
La palabra amigo ocupaba todos los patios de mi alma.


V

Agazapado, desde su hendidura,
el desastre acechaba.
Un batir de alas ennegreció el espacio;
un golpe seco de piedra,
un oscuro desorden
desparramó en astillas mi ventana de astros.
Allí me aferré con uñas y con dientes
a la deshojazón del remolino
que me fue revolcado en su carrera.
Algunos velaron junto de mí la noche;
los otros, desmembraron mi nombre,
me sajaron en vivo,
hasta que aullando de dolor
se despeñó al invierno
esa conciencia de ser, crecer en uno mismo.
Desde entonces partí,
ahíto el pecho de una pena voraz
que aún respira.


VI
Jalapa fue algo más de lo que dije.
Bajo la piel me traje su aroma de humedad,
el rumor de la vida
atravesando la enramada lila de jacarandas y araucarias,
para entrar por la ventana abierta
en la infancia de mi hija,
y acariciar su mundo de cristal.
El deslumbramiento del polen
preñando de sol
parques y pájaros en el centro de la primavera.
Y este amor rebasando todas las orillas.
Es que yo los amé, los he amado, los amo todavía
a pesar de las coces del destierro,
y he deseado morir para olvidar,
para evitar que me derrumbe el golpe
de este sueño de muerte.
Algo más que la piel y sus contornos
me traje de aquel lugar,
por eso me he sentado esta noche
a morderme los puños que saben a soledad,
a bestia herida,
y a vientre de mujer embarazada de nostalgia marchita.




Besé a una feminista una vez




"Besé a una feminista una vez",
dice con la cara enrojecida y con manchas,
con algo pesado descansando en sus hombros, quizá.
"Besé a una feminista una vez"
dice  y todos ríen.
"Ella era fría como el hielo"
dice sin mencionar cómo me calenté
entre sus manos
y ardí como ascuas
hasta reducir su cama en fuego y cenizas.
"Dios, ella era cruel"
dice pero no ha olvidado la vez
que le dije que fuera bueno consigo mismo,
que purgara el veneno que había en sus venas
y arañara el humo en sus pulmones
"Te amo, Te amo, Te amo" dije,
"por favor, ámate también".
"Besé a una feminista una vez"
dice a carcajadas, con un codo en su costado,
él no dice "sus labios fueron la cosa más
suave que ha rozado mi clavícula",
él no dice "ella reprodujo canciones en mi mente",
o "ella me arropó como una cobija",
o "sus dientes en mi lóbulo me abrieron
y me dejaron disperso en las sábanas de su cama doble",
él no dice "yo amé a ese tormento de chica,
amé su pesadez a las cuatro de la mañana,
la amé como las monedas en el fondo de una fuente,
como memorizadas pecas,
la amé como la percepción profunda,
como pulgares opuestos,
La amé, La amé, La amé"
En lugar de eso, él retira
ese algo pesado de sus hombros, 
y también retira de su pecho
el tacto de mis labios  y dice
"De cualquier modo, ella fue una perra enferma".

Lily Cigale