domingo, 13 de diciembre de 2015

Llamadme por mis verdaderos nombres



No digáis que partiré mañana,
pues aún estoy llegando.
Mirad profundamente; estoy llegando a cada instante,
para ser brote de primavera en una rama,
para ser pajarillo de alas aún frágiles,
que aprendo a cantar en mi nuevo nido,
para ser mariposa en el corazón de una flor,
para ser joya oculta en una piedra.
Aún estoy llegando para reír y para llorar,
para temer y para esperar.
El ritmo de mi corazón es el nacimiento y la muerte
de todo lo que vive.
Soy un insecto que se metamorfosea
en la superficie del río.
Y soy el pájaro
que se precipita para tragarlo.
Soy una rana que nada feliz
en las aguas claras del estanque.
Y soy la serpiente acuática
que sigilosamente se alimenta de la rana.
Soy el niño de Uganda, todo piel y huesos,
mis piernas tan delgadas como cañas de bambú.
Y soy el comerciante de armas
que vende armas letales a Uganda.
Soy la niña de doce años,
refugiada en una pequeña embarcación,
que se arroja al océano
tras haber sido violada por un pirata.
Y soy el pirata,
cuyo corazón es aún incapaz
de ver y de amar.
Soy un miembro del Politburó
con todo el poder en mis manos.
Y soy el hombre que ha pagado
su "deuda de sangre" a mi pueblo
muriendo lentamente en un campo de concentración.
Mi alegría es como la primavera, tan cálida
que hace florecer las flores de la Tierra entera..
Mi dolor es como un río de lágrimas,
tan vasto que llena los cuatro océanos.
Llamadme por mis verdaderos nombres, os lo ruego
para poder despertar
y que la puerta de mi corazón
pueda quedar abierta,
la puerta de la compasión.

Thich Nhat Hanh

viernes, 11 de diciembre de 2015

Contra la muerte



Me arranco las visiones y me arranco los ojos cada día que pasa.
No quiero ver ¡no puedo! ver morir a los hombres cada día.
Prefiero ser de piedra, estar oscuro,
a soportar el asco de ablandarme por dentro y sonreír
a diestra y siniestra con tal de prosperar en mi negocio.

No tengo otro negocio que estar aquí diciendo la verdad
en mitad de la calle y hacia todos los vientos:
la verdad de estar vivo, únicamente vivo,
con los pies en la tierra y el esqueleto libre en este mundo.

¿Qué sacamos con eso de saltar hasta el sol con nuestras máquinas
a la velocidad del pensamiento, demonios: qué sacamos
con volar más allá del infinito
si seguimos muriendo sin esperanza alguna de vivir
fuera del tiempo oscuro?

Dios no me sirve. Nadie me sirve para nada.
Pero respiro, y como, y hasta duermo
pensando que me faltan unos diez o veinte años para irme
de bruces, como todos, a dormir en dos metros de cemento allá abajo.

No lloro, no me lloro. Todo ha de ser así como ha de ser,
pero no puedo ver cajones y cajones
pasar, pasar, pasar, pasar cada minuto
llenos de algo, rellenos de algo, no puedo ver
todavía caliente la sangre en los cajones.

Toco esta rosa, beso sus pétalos, adoro
la vida, no me canso de amar a las mujeres: me alimento
de abrir el mundo en ellas. Pero todo es inútil,
porque yo mismo soy una cabeza inútil
lista para cortar, pero no entender qué es eso
de esperar otro mundo de este mundo.

Me hablan del Dios o me hablan de la Historia. Me río
de ir a buscar tan lejos la explicación del hambre
que me devora, el hambre de vivir como el sol
en la gracia del aire, eternamente.

Gonzalo Rojas

domingo, 6 de diciembre de 2015

Antes del final


Estoy solo.

Quiero escribir todas las páginas del mundo
leer la cifra secreta oculta en el agua primordial
cantar el canto nuevo de la nueva humanidad/
cantar sin tiempo un canto de lluvia y empaparme la cara
y la sangre de agua fresca/ del agua clara que baja de la cima.

Y me pregunto: ¿por eso estoy aquí?
en medio del desierto rodeado de gente que no conozco.
¿Conozco esta gente? ¿me rodea y me habla a mí? a quiénes hablan?

Quiero decir estos poemas con la voz de un pájaro y el zarpazo de un tigre.
¿Qué son estos poemas? ¿qué es eso que llaman la poesía?
Clasificar el mundo y sus objetos
y ponerle número a cada cosa es la religión de los tiempos.
Una legión de fanáticos camina detrás de los objetos.

El arte es el opio de los pueblos dicen los nuevos pastores
¿existe el arte? ¿el pueblo?
¿dónde están los pastores de este inmenso rebaño de ovejas?

¿Por qué estoy aquí? ¿por qué aquí y no allá?
allá donde el sol broncea el cuerpo de felinas mujeres
o más allá/ donde el hombre inventa distintas muertes cada día/ todos los días.

Estoy solo/ busco amor.
Quiero ser el amado.
¿Me alcanzará?
¿Me alcanza esta soledad para escribir el poema total?/
ese aleph/ ese inalcanzable.
¿O el amor y el deseo de una dulce obrera del mercado
es el fin de todas mis utopías?
naranjas papas y manzanas en sus manos sucias y sus jugos en mi cuerpo
y sus ojos admirando mi palabra/ mis sombras / mis castillos de humo.

¿Para qué nacer amar desamar y morir? ¿para qué Dios de los vencidos?
dime Dios ¿para qué?

Quiero ser el amado/ el bienamado/ el más amado.
¿Y el paraíso terrenal/ la revolución/ la súper hembra/ el gran polvo?
y buscarte en lo alto/ más alto que los fatuos cielos.

¿dónde estás padre?

¿Y los hombres/ la libertad/ los ideales supremos/ la loca utopía...?
¿Qué hago acá en este punto infinitesimal del cosmos
intentando trascender con palabras demasiado gastadas?

¿Y los hijos? ¿y esta sangre que me sucede como revolución ansiada?

Hombre que inventa religiones / mecanismos/ discursos/ fantasmagorías
¿por qué y para qué el poema? ¿dónde la poesía?
¿ese arco tensado entre dos estrellas ilusorias?
¿dónde la flecha que atraviesa esta eternidad de instantes?

la poesía: esa oscuridad/ luz / pensamientos/ genio encerrado en una botella/ todo y
nada.

¿Detendrá mi palabra algún día la bala del suicida o el asesino?
¿es necesario el poema/ el poeta/ el inventado/ para detener esa bala?
¿justificará ese instante el poema?
¿la miseria del mundo/ el hambre/ la muerte sin sentido?

Estoy solo/ sin padres/ sin hijos/ sin amada en medio de la noche cósmica.

Estoy temblando.
Voy a morir.

¡Pero antes voy a salvarme!

¡Antes escribiré el poema que frenará la bala
de la infinita tristeza del hombre!


Aldo Luis Novelli

jueves, 26 de noviembre de 2015

Las palabras del soldado




El soldado dice que él también
podría escribir poemas
si quisiera
no entiende que
en el Imperio que él defiende
la poesía es alta traición
y que las palabras para su pluma
no se las entrega el ejército.

Él no las vio
volar
el vuelo atolondrado
de las golondrinas de Bagdad
ensordecidas con las explosiones.

No las sintió
temblar
en labios del bebé
que nació por cesárea
en vísperas de la guerra
para huir en brazos de su madre
de la ciudad amenazada.

No las sintió
atragantarse
en la garganta del niño
que imploró
agua, Mister
por favor, Mister, agua
cuando los soldados invadieron su aldea

No las ha oído
aullar
cuando un hombre ve a sus hijos
estallar en añicos frente a sus ojos
ni gemir
cuando un niño pierde sus dos brazos
y a todos sus hermanos.

El soldado no sabe
que las palabras de los poemas
maldicen
cuando una mosca aterriza
sobre la cara de un niño moribundo
vomitan
con el hedor de la muerte
de un hospital saqueado.

No sabe
que guardan silencio
cuando un soldado
se sienta en un camino de tierra,
con un pequeño cuerpo entre los brazos.


Lilvia Soto

martes, 24 de noviembre de 2015

Dos poemas de Gladys Carmagnola




INDAGACIÓN

Me pregunto
por qué este arar poemas
con tanta falta que hace arar
–con idéntico amor, con igual entusiasmo– en las capueras.

¿Quizá porque me nutro de los frutos
de esta siembra?

En realidad no importa
ignorar la respuesta
mientras haya quien pueda alimentarse
de la cosecha.

Igual que en las capueras, 1989.





¿CREES EN LA POESÍA DISFRAZADA DE LUZ…?

¿Crees en la poesía disfrazada de luz,
de primavera, flores sin espinas
que desde un pedestal –mármol o lodo–
nos recrimina?

No contestes aún, hermano. Escúchame:
Yo creo en la poesía
que al mostrarnos la luz,
con ella nos envuelve e ilumina;
la que de los crepúsculos y sombras
jamás se olvida;
la que en flores y aromas nos embriaga,
y nos pincha.

Creo
en el supremo don de la poesía
que nace sin amarras y sin ídolos;
que llama a nuestra puerta como una leal amiga,
que entra en nuestro hogar,
se sienta a nuestro lado en cualquier silla
a compartir el pan
que nos legó el afán de cada día
si queda aún; si no,
se hace pan ella misma.

Creo
en esa poesía
que vive con nosotros y dialoga
con palabras excelsas o sencillas:
poesía que consuela,
poesía que alimenta y acaricia,
poesía que sacude y acompaña
en la desesperanza o la alegría.

Creo, por sobre todo, en la palabra
que guarda entre sus sílabas
lo que no por razones idiomáticas
obligatoriamente se mutila.

Sí. Creo desde hace tiempo
en la entrelínea
–la que, para nosotros, de la muerte
arranca, y nos lo entrega, un retazo de vida–.

Ahora que me entiendes puedo oírte:
Hermano: ¿Crees en la poesía?

Igual que en las capueras, 1989.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Un poema de navidad para Alaíde Foppa




I

Aquí estamos sentados      mudos y llorosos
       esperando que aparezcas         sabiendo
que probablemente    no    te volveremos a ver

hojeando los periódicos en busca de noticias
               vemos tus fotos viejas
¡qué hermosa eras!            pensamos
                                             (yo no sabía que fueras tan hermosa)
son fotos tomadas hace muchos años
                              en que ya se mezclaba
                     la profundidad y la tristeza
                              a una belleza femenina
                                                                 inusitada
                                                                               espléndida



una belleza que luego se fue añejando
                                                          dulcemente
                         cada vez más borrosa
                     más tierna y confidente        menos esquemática
como la orla de las olas en la arena
                          cada vez más eterna



las balas comienzan ya a rozarnos la piel aunque vengan de lejos
y todos notamos que hablamos de ti en tiempo pasado
                 y nos corregimos        mordiéndonos la lengua
                 y buscamos      tu rostro       en el espejo






II


pero en el espejo     no encontramos tu rostro
porque no vemos nunca otra cara que la nuestra
o la cara que se nos asemeja
                                              o quisiéramos tener
no hay otro rostro nunca en el espejo
es un sólo rostro el que con tal detenimiento
            examinamos      siempre   en el espejo
            en el espejo de los otros rostros
                               encima de los hombros
             de la bufanda            del collar de perlas
                     del cuello de tortuga
                             la corbata
                                          o el brassière
               nunca encontramos más que un solo rostro
                                   el nuestro
ese es el que nos falta             cuando falta el tuyo
pero hay muchos otros rostros              muchos           muchos








III

el chofer de tu madre           secuestrado contigo            tenía un rostro
                        ¿tiene?       ¿tenía?
                        ¿lo habríamos visto aún teniéndolo en frente?
                        nadie mira a los choferes
                           a las secretarias que sonríen mecánicas
                                      encima de la máquina
                              respondiendo a sonrisas mecánicas
                              de personas que jamás las miran
                                           cuando les hablan
                               o si acaso las miran no las ven
                         
                           secretarias    choferes   dependientes    cajeras
                           tanta gente sin rostro en cuyos ojos
                           jamás nos buscaríamos

a quienes sólo vemos como esquemas
                       corteses buenos días         dudosas caravanas
                                  lento trabajo y tedio
                                                          que sólo alivia
                                    un radio de mal gusto
                                                              que nos molesta


para encontrar tu rostro              Alaíde
           habrá que buscar también los otros
                                                  innumerables rostros
                                      que nos faltan




IV

porque sabemos
                            que no sólo es tu rostro el que falta en el espejo
            el conocido
             o el desconocido u olvidado
ni sólo el rostro del chofer de tu madre a quien raptaron contigo
                y que habrá corrido la misma o peor suerte
                            a manos de los militares

en Guatemala
                                son muchos          muchos        rostros
                                los que faltan
     
       son tres      o cuatro            ocho  diez        o veinte  diarios


y cada rostro que      falta   en algún espejo
                 es esperado diariamente
                                     
                                                                     como esperamos el tuyo
           y mientras no aparezcan
                                              en el espejo
                                                                  seguirá faltando tu rostro
                                           y el nuestro.







V



había en Londres un chiquillo de diecisiete años
                                                           que es la edad de mi hijo
y te nía por coincidencia el mismo nombre de mi hijo
era un joven exiliado que había logrado huir de Guatemala
                        después del asesinato de su padre


durante unos meses
                         se había hecho cargo de él un amigo del padre
                          hasta que también a él lo asesinaron


fue difícil sacar de Guatemala a este muchacho
                      porque el gobierno había logrado congelar su seguro de vida
                           y no había dinero para su pasaje
ni seguridad de que lo dejaran irse
      pero por fin salió
                                 
                                 y vivía solo en Londres
                                 aprendiendo a respirar de nuevo
                                 y pensando en su madre y en su hermana

luego su hermana de quince años
          comenzó a recibir cartas amenazantes
             en que se ofrecía matarla poco a poco
                          con gran refinamiento
                    y hablando de lo agradable que sería
                                      jugar con ese cuerpecito


         el autor de las cartas (¿los autores?)
                             se relamía de gusto
                       tal es la gente que gobierna Guatemala

y ahora también la hermana          está exiliada en Londres
                           y en esta Navidad los dos tiemblan por la madre
                     ¡y son de los afortunados!
                             ¡de los que tienen forma de obtener
                                      dinero para el viaje
                                                y escapan con la vida!






VI


la Navidad de pronto es esta búsqueda
                  de todos esos rostros
                                                   Alaíde

   el tuyo conocido
          el otro tuyo
                        que jamás conocimos
               el que tú misma tal vez no llegaste a conocer
                                         no sabías que tenías
el de tantos              todos entrañables             que de pronto faltaron
                dejaron de asomarse       al espejo               de la vida diaria
           al espejo de los ojos que mirarían            por la mañana
                     encima de la almohada
                                                        encima del café
                          del escritorio
                                                 frente a frente
                                                                       por las calles



rostros a veces vistos
                   y a veces ignorados
         pero siempre reales para alguien
                  indispensables
aunque sea para la diaria rutina
                                                    o la amarga ternura
                    la charla ya automática

                                                     o la mirada a fondo


                que de pronto recupera en el espejo de esos ojos ajenos
                            el propio rostro largo tiempo esperado


todos esos rostros       también nos hacen falta            como el tuyo
                     los seguimos esperando
                                                      seguiremos
                             hasta que algún día sus ojos
                                     se asomen a los nuestros
                                                                y nos reconozcan.


ISABEL FRAIRE






domingo, 8 de noviembre de 2015

27




Siempre ha sido mérito del poeta
comprender las cosas; sacar las cosas,
como por milagro, de la impura
corriente en que pasan confundidas,
y hacerlas insignes, irrebatibles
frente a la ceguera de los que miran.

Por ejemplo: todos nos sentimos
mordidos por algo, desgastados
por innumerables bocas sin fondo;
algo sin sentido que nos deshace.
Preguntamos. Nadie responde.

Pero hay alguien: saca la cara negra
sobre la corriente de su río
de renglones cortos,
respira y nos dice: "¿Qué es nuestra vida
más que un breve día?", y entonces,
tocados de golpe, comprendemos:
sabemos que somos heno, verduras
de las eras, agua para la muerte.

Y no sólo el tiempo: los poetas
nos han enseñado la amargura,
el placer, el gozo de estar libres,
y el viento y las noches y la esperanza.

¿Qué hago, qué digo, qué estoy haciendo?
Es preciso hablar, es necesario
decir lo que sé, desvergonzarme
y abrir mis papeles chamuscados
en medio de tantas fiestas y gritos.

Y prestar mis ojos, imponerlos
detrás de las máscaras alegres
para que permitan y compadezcan,
y miren y quieran, y descubran
que estamos desnudos, que no tenemos.


Rubén Bonifaz Nuño





lunes, 2 de noviembre de 2015

Un poema de Sharon Olds para mi padre

SU QUIETUD
El doctor dijo: "Usted me pidió que le dijera
cuando no se pudiera hacer nada más.
Se lo digo ahora."
Mi padre estaba sentado,
casi inmóvil, como siempre, sin mover los ojos.
Yo supuse que se enfurecería al saber que moriría,
que agitaría los brazos, que gritaría.
Pero se quedó sentado,
limpio con su pijama limpio,
delgado, como un santo.
El doctor dijo: "Podemos hacer algunas cosas
para darle tiempo, pero no lo podemos curar."
Mi padre le dio las gracias.
Y se quedó sentado, quieto, solo,
digno como un rey extranjero.
Me senté a su lado. Ese era mi padre:
siempre supo que era mortal. En cambio, yo temí
que tuvieran que amarrarlo. Había olvidado
que siempre se quedaba así, aguantando,
en silencio, el alcohol un modo de callar.
No lo había conocido: mi padre tenía dignidad.
Al final de su vida, su vida
empezó a despertar en mí.

Sharon Olds

viernes, 30 de octubre de 2015

Un poema de Aurora Reyes




TIEMPO QUINTO

Yo vestiré mi muerte de amarillo
con camisa de sal y ojos de uva,
adornaré su pie de cascabeles
y la coronaré de nomeolvides.

Aquí, sobre tu trono de oropeles
y tu mano de larvas y lamentos:
¡Mira a la Vida, mírala de frente!
Calavera de azúcar, dí: ¿Quién eres?

Quiero el sudario de papel de China,
el cadáver del sol hecho pedazos,
un adiós con los pétalos de fuego
y un ídolo de piedra entre los brazos.


De "La máscara desnuda".

martes, 27 de octubre de 2015

La autobiografía temprana de Juan Vicente Melo, un fragmento





Para empezar por el principio: creo en los signos.



Nací el primer día de marzo de 1932. Todos los horóscopos registran que, en ese día, rige el signo de Piscis y los Piscis, dicen -y estoy de acuerdo-, son nefastos, gustan de decir mentiras. Están destinado a oficios diversos y su configuración astral es doble: dos peces que se abrazan en sentido inverso: la cabeza de uno corresponde a la cola del otro y viceversa. Signo de agua, disolución, habitación en las profundidades. Signo de la movilidad, de la inconsistencia. Esconde su verdadero, vulgar nombre en la palabra sánscrita que corresponde a su signo zodiacal que, entre sus diversas significaciones, incluye la del número cinco. Parece ser que se trata del signo de la fusión alquímica de los cuatro elementos tradicionales con el quinto elemento, el éter, de esencia más o menos mágica. En hebreo, la palabra sánscrita significa Agua, lo que nunca permanece quieto la ola. Una de mis hermanas y casi toda la familia de mi madre nacieron bajo el signo de Piscis. Mi hermano menor corresponde a Escorpión, que es afín a Piscis. Mi otra hermana -no recuerdo bien- se satisface entre Sagitario y Capricornio. Mi padre corresponde al signo de Aries, que es contrario a los Piscis. Un buen amigo trazó, en una ocasión generosa, mi horóscopo: "Tu ascendente es Escorpión", dijo, satisfecho, seguro de que esa simple declaración me proporcionaría fuerza para vivir. Mme. Bambi de Gironella, astróloga sagaz, me declaró, irremediablemente, Piscis -Piscis, lo que me convierte otra vez, en víctima de las fuerzas atávicas que me rodean o rigen mi vida. Si lo que dijo Mme. Bambi es cierto, mi vida no tiene remedio.


(Veo la ola, veo el agua tranquila, veo nubes que representan elefantes, veo el cielo, limpio, azul; veo la constante movilidad de las hojas de los árboles y las flores de las jacarandas que inician su temprano, rápido proceso de vivir. Invento el olor del mar y ese olor ha sido correspondencia de un verde o un azul que sólo existen para mí. Veo. Veo e invento).

domingo, 25 de octubre de 2015

A veces se piensa en el mar




Cuando yo pueda andar toda una tarde

por la orilla del mar, cuando yo tenga

dinero para ir al mar, cuando me quite

esa larga pereza de estar aquí en mi casa

derrumbado, arrumbado, derrengado

en la cama entre libros y tristezas,

y acomode mi ropa y suba a un taxi

para ir a la estación del tren, y mire

cómo se van y van casas y casas

de la ciudad, y diga en pensamiento:

me voy al mar…



Cuando yo me decida

a decirme a mí mismo: voy al mar

porque no quiero estar aquí conmigo

entre harapientas, pobres soledades,

se van a incomodar todas las horas

que se habían alojado en los rincones

de este cuarto, a montones, como polvo,

acostumbradas a que nada ocurra

y al olor encerrado día tras día.



Yo sé bien que ellas saben que me he dicho

muchas veces: si yo me decidiera

y por fin fuese al mar…



Y si cerrara suave, quedamente la puerta

de la casa, pensando

que no pienso marcharme para siempre,

con el pulso tranquilo, como cuando

cierro para bajar a comprar más cigarros.

Y si bajara sin prisa la escalera

y no me detuviera y caminara y caminara

y sin sentir llegase a un tren que espera

y me subiera en él y el tren se fuese

a cualquier parte, lejos, y tuviera dinero en el bolsillo y no pensara

en todo lo que dejo aquí pensado.

Si tuviera o tuviese, si pensara

o pensase o pudiera o pudiese…



Yo sé la pena de los subjuntivos

porque tampoco saben ir al mar.


Si yo no odiara el mar, como esos otros

que les gusta ir al mar a broncearse,

a hacerse un poco estatuas de sí mismos

y enamorar al sol a otras estatuas solas.



Pero a mí no me gusta el mar. Yo digo

que me gustan los pueblos tierra adentro

con su campo labrado, con sus yuntas,

sus aperos, sus serios labradores,

y salir yo muy de mañana al campo

a oler el olor bueno de la tierra.

Porque yo soy de un pueblo tierra adentro

y nunca olvida nada el inconsciente,

dicen que dijo Freud, digo que dicen.

Si yo, si yo, si yo, si yo dijera…

sí, sí, podría decir…

(Voy a dormirme un rato, y a ver luego…)


LUIS RIUS

"Qué es lo vivido" de Dolores Castro


I
¿Qué es lo vivido,
en qué poro ha quedado
o en qué ráfaga?

Puente a la oscuridad
o la pendiente veloz
de una sonrisa
que se apaga,
pero también calor
en medio de la sombra,
acomodo
de criaturas que buscan suavemente
su modo de dormir
mientras una ventana
se va cerrando hacia el oriente
y la luz de la tarde
se unta silenciosa.


Todo está bien:
no mintieron los rostros de las cosas,
sólo sabían brillar
en su secreta forma de caer,
sólo sabían decir:
es así, así es,
mientras acrecentaban su caída,
se hacían ovillo,
y en su acomodo hablaban en voz baja
de lo que hubieran querido ser.


Bajo la forma gris de las cenizas
cuántos tonos de rojo,
cuántas lenguas
se quieren desatar
para arder;
cuántas columnas de aire
que gozaron de peso y consistencia
en su día,
sostienen el papel
de seda
para envolver
fantasmas,
que aún tosen suavemente
para no
desaparecer.


II
Nadie diría hacia dónde ni en qué forma.
Nadie ha vuelto. ¿Dónde lanzar la vista,
ciega como lo blanco de los ojos?
Nadie diría hacia dónde ni en qué forma.
Las alas no han nacido. El chasquido de las horas
estremece las sombras y el descanso.
Las madejas de seda del entorno
sólo anuncian lo oscuro:
silencios de crisálida, ciegos y amortiguados.
Es la ronda nocturna, el revolverse sobre el mismo cuerpo
que no tiene respuestas:
las rosadas encías del anciano
ya no pueden morder verdades ácidas
pero en el sueño, pero en la seda y su amortiguadura
los golpes de la vida
pierden brutalidad.

Hay sol, rondan despacio
los astros invisibles.
Atendiendo a los ruidos, hay calor allá afuera.
Como los corazones recién arrebatados a las víctimas
palpita el deseo de vivir,
tórtola gris aún en movimiento
que picotea cenizas en aceras de sueño.
Dar y tomar la vida cada día,
devorar copos ácidos y aún tibios
ahogar los alaridos
transformarlos en tímida
palabra cotidiana.
No atravesar el cielo
para encontrar promesas y dádivas.
Habitar el rincón,
bajo techo, iluminado
con luz artificial:
y gritar y gritar, gritar por dentro
hasta romper el techo y las paredes
y la muralla del pecho
para formar esta hilera de palabras.

III
¿En dónde está mi sueño
y el pausado resuello de mi pecho?

No se mueve la música
ni avanza entre las olas luminosas.

Se destiemplan los dientes
al morder este fruto de la tierra extranjera.
Fruto de ningún árbol,
de lugar sin perfil.

¿En dónde está mi amor?
¡Aquí, aquí! En medio del no ahora
pero sí.

IV
Es el mar
que regresa después de huir mil veces.
Son los días y su paso de langosta
que devora el silencio.
Es el mar y los días:

Son las horas de paso redoblado
y las noches fugaces
con sus lunas que crecen y decrecen.
Es el sol cotidiano y sus fulgores;
el cielo de la noche,
donde asoman sus ojos centenarios
muchas estrellas frías.

Soy yo
con una caja resonante
donde guardo preguntas.

V
Es de tarde, la sombra se extiende:
los altos edificios, jaulas de oro,
se levantan al paso: el autobús
sortea un chirrido de frenos y el obstáculo.
Apenas veo. Vamos de pie, y cada uno a solas
en esta multitud.

El camionero hace malabarismos,
cobra el pasaje, pide: ¡Pasen al fondo!
¿Al fondo de qué?
de sus diez horas de trabajo,
mientras bajan y suben las hormigas.
Allá, en las jaulas de oro, los burócratas
del turno vespertino
van tras el humo de sus cigarrillos
fuera de las ventanas.
Ha pasado la hora del café, y del último chiste
subido de color.
Los pálidos del ocio
también miran
caer la tarde, mientras todos
nos preguntamos: ¿por qué y para qué?

VI
Era la ira su forma de ser muerte
y la vida con ella
loco juego de sangre:
el trato humano choque de sombras
estruendo de materias divididas.

La muda ostentación de los instintos,
el acechar,
y el comprar y vender,
vender, venderse,
acción de cada día.

Era la muerte su escudo y su lanza,
la sombra de su color,
y la terrosa ilusión de ser hombres
su condición.


VII
La filiación en Dios
no se reconocía:
Y cómo en ese tráfico de aceros,
inmisericordes
en el roce con sus semejantes:
ensamblados
como ruedas dentadas de una máquina
enloquecida.

Las ruedas duermen sobre sus órbitas:
silban sin sueños mientras giran
los días y las noches dentro del tórax
sin alterar el ritmo de la sangre
sin despertar a un solo
corazón amante.


VIII
Es verdad que se aloja en alguna parte,
en la más recóndita, resguardada de aires y de olvidos.
No sé delimitarlo,
sólo sentirlo:

En el sobresaltado sueño está presente:
en lo negro del párpado cerrado
y en mi futuro cierto.

Un delgado cabello la separa del placer
y consume
como cucharadita de nieve
cualquier excelsitud en su cumbre más alta.

¿Quién se atreve con ella?
Sólo el amor hasta el último aliento.
Sólo el amor su resta sobrepasa.



IX
No es una sola muerte,
es la muerte con mil
máscaras distintas:

a la vuelta del día,
en lo mejor de la noche,
a la mitad de la vida.
Mi mano tiene muerte,
el polvo de sus alas entre mis dedos
me recuerda que está viva.

No hay hilo que conduzca a la salida
del laberinto.

Al compás de nuestros pasos
arrastramos
cadenas de necesidad

¿Qué nos queda?

Volver sobre lo mismo,
o en el profundo sueño
de hormigas aferradas
a la naranja
que se traslada y gira,
penetrar al único hechizo de cada noche
y al prodigio de cada día,
despertar.


Esto de separar los tiempos, las distancias
o dividirlos:

¿En dónde está esa tarde?
Cielo lluvioso contemplado
desde el ablandamiento del alma
desde el temblor del cuerpo que recibe
el peso doloroso
de la felicidad.

El brillo de las gotas de lluvia
no más intenso que las miradas
ni menos húmedo
ni mejor.

Aquella tarde no se encuentra
en el corazón,
sino en la hondura
más honda que la carne,
la distancia o el tiempo.
Tarde que nunca
anochecerá.

Si se pudiera esta noche
con el aliento deshacer el frío,
a dentelladas romper el hielo:

Desterrar el invierno.
Si se pudiera
dentro y fuera de sí vencer el caos,
encender la música
hasta incendiar el cielo
en un desesperado intento
de amar.

jueves, 22 de octubre de 2015

Elegía: otro poema de Miguel Guardia




Desde niño aprendí que todas las cosas del mundo
tienen un fin y una causa y un sitio inalterables.
Así lo creyeron mis padres y me lo enseñaron,
y mis abuelos lo creyeron, y yo lo creí.

Nada ha sido modificado desde entonces:
la soledad existe para que hombres y mujeres
sientan el deseo de estar acompañados
y nazca, así, el amor, naturalmente.
Y las tardes fueron hechas para que los recuerdos
se agudicen, y dejen la suave melancolía
del pasado. Porque sólo esto, y no otra cosa,
es, a veces, la felicidad.

Y el poder existe para enseñar a los vencidos
que la mansedumbre es una hermosa virtud
y la humildad y el conformismo timbres de grandeza.

Y si las hojas de los árboles, volando
amarillentas, caen de los árboles en otoño,
sólo es para recordarnos la muerte de un año más.

Y la primavera y la lluvia y el viento
y el deseo de hacer algo grande y maravilloso
y las mariposas y el mar y la miseria
y el ritmo de la sangre y la rebeldía,
todo está hablándonos de un orden perfecto.
Nadie osará romperlo. Nadie lanzará la piedra
que altere la tranquila superficie de la vida.

Porque más sabios que nosotros fueron nuestros padres,
que miraron, con la misma parsimonia,
sus recuerdos felices y la triste desnudez
de los niños ajenos, en las calles;
o el vuelo repentino de las hojas
y el agrietado seno de una madre. Y seco.

Que nadie alce la voz. Que nadie llore.
Que nadie intente conmover a nadie:
escriban los poetas sus cantos de amor,
porque consuelan a quienes no ha sido entregada
una sola palabra de ternura que callar;
den a luz las mujeres, porque –tal vez- de sus hijos
nacerán, algún día, la justicia y el consuelo;
que los hombres melancólicos permanezcan
con las manos dulcemente cruzadas sobre el pecho;
que los mansos inclinen la cabeza,
y que todos aborrezcan el pan de cada día
porque al sudor ya le han mezclado sangre y amargura.

Que todo siga igual, que cada cosa se conserve
en el sitio que le ha marcado la costumbre:
no cometamos el error de ser sentimentales
porque ningún hombre es lo bastante fuerte
para alterar, él solo, los designios.

Pero que por lo menos alguien diga
que no ha muerto del todo la esperanza…

Y yo voy a decirlo. Y que somos una raza noble,
generosa, grande para el dolor y el infortunio.
Y también que cuando tengamos en las manos
el verdadero amor y el odio verdadero
nadie nos detendrá. Nada ni nadie.
Yo, que sólo tengo palabras y un poco de poesía
que poner en ellas; yo, que no sé quién soy,
de dónde he venido; que no quiero el lugar
que sin duda alguna se me tiene asignado,
yo nada más quisiera convertirme,
a cambio de lo que no puedo dar ahora,
en tierra, en pueblo, en aire de las boca
que un día reclamarán justicia; en el nervio
de las manos que un día tomarán justicia,
en el corazón de los hombres que algún día
van a buscar y a conseguir justicia,
cuando llegue el momento.

Yo voy a estar ahí. Yo podré verlo.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Tres poemas de Miguel Guardia




NO HAY ENGAÑO

Es fácil, a ratos, creer que cuanto me rodea
permanecerá inmutable conmigo:
seres, cosas, pequeños hechos cotidianos
sobre los que he levantado la certeza
de estar viviendo;
y todo llega a ser, entonces, tan hermoso.

Pero la verdad se desliza traidoramente,
como un soplo de aire frío bajo las ropas;
pero la verdad es que el tiempo me derrumba
y que se hace imposible cualquier engaño:
basta recordarla para percibir claramente
que una pequeña luz se me apaga en los ojos,
y que me llega el inconsolable deseo de quedarme quieto
hasta que todo haya acontecido.

Porque es un hecho triste y necesario
contra el que nada vale amurallar el corazón.




PARA DECIR ADIÓS

I

Cuando el corazón está haciéndose pedazos;
cuando nos morimos un poco más de prisa cada día,
porque a cada día nos olvidan un poco más;
porque hemos dejado de ser algo importante
a los ojos de alguien, para quien, alguna vez,
lo fuimos todo.

Cuando sabemos que eso ya no tiene remedio,
y cuando al estar solos, y a oscuras, nos llega siempre
el sentimiento de la muerte; o cuando nos miran
y pueden creer aún que estamos en paz
porque no conocen nuestros pensamientos.

Como, por ejemplo, ahora.

Regresan a nosotros, como si supieran
que nos es necesario un poco de consuelo:
las viejas y queridas palabras ya olvidadas
-y la vieja soledad y la amargura antigua-
y la vieja poesía que tantas veces detuvo
la caída del mundo sobre nuestros hombros.


II

(¿Por qué tuve que esperar a que se fuera
para soñar con ella?)

¿Por qué nunca aprenderemos
que el sufrimiento empieza al otro día,
y que el castigo de pronunciar ciertas palabras
es una muerte lenta, perpetua, inexorable…

(para llorar por ella)

…porque también las palabras pueden asesinar,
y porque adiós es una palabra vengativa
y porque yo la he pronunciado?
(para llorar por ella)


III

Sólo pude otorgar el sufrimiento,
no la luz, no la paz, no la alegría
del buen amor, ni la esperanza pude.

Las manos cuelgan a los lados, ahora,
como pañuelos estrujados y llenos de lágrimas,
o como dos animales atemorizados.

(¿Por qué le dije adiós?)

¿De qué escribe un poeta
cuando vuelve a sentirse solo y se le cierra el mundo,
cuando le nace el miedo a tanta soledad?

(Que no me diga adiós. No con las manos
que el canto del amor adormeciera;
ni con los ojos apagados diga
adiós a mi ternura; que no sea
su voz la que pronuncie la palabra
que todo lo aniquila, ni florezca
la turbia flor de la nostalgia encima
de la que cultivaba mi tristeza).


IV

Yo no puedo hablar ahora de otros hombres que sufren,
de tantos crímenes cometidos a todas horas
y cuyo solo nombre es manantial del terror.
¿Cómo pensar en el dolor que me rodea
si yo mismo no soy más que una agua quebradiza,
una sombría soledad,
una tristeza amarga doliéndose y llorando?


V

(Que no me diga nunca la palabra
donde el olvido interminable acecha).



SONATA


I
Nadie puede cambiar súbitamente su existencia,
dejar de asistir a su sitio predilecto
y abandonar los objetos que siempre lo han rodeado;
apartarse de las gentes con las que a diario charla
o descubrir que hace tiempo que sus palabras
están delgadas y luidas.
Porque sucede que, a fuerza de hacer siempre lo mismo,
la risa, el odio, el llanto, la tristeza
desaparecen bajo una gruesa capa de polvo;
y objetos y palabras y gentes y lugares
se desvanecen como el color de una tela
que estuvo mucho tiempo bajo los rayos del sol.
Pero un día, de pronto, algo nos golpea
como una piedra en la mitad del pecho
y en el cerebro y en la boca del estómago,
de tal manera que sólo acertamos a mirar
-un instante que luego habrá de parecer eterno-,
estúpidamente un punto en el espacio:
así nos toman las palabras por sorpresa.
Llegan, corren, irrumpen desbaratando todo aquello
que levantábamos entonces para estar tranquilos,
inesperadas. Y tan amadas y tan temidas
como los hijos que nunca hemos dejado nacer
y que toman la vida, sin que sepamos cómo,
de nuestros más queridos y abandonados sueños.
Yo sé que nadie, nunca, ha podido hacerlas callar
cuando vienen a desquitarse del olvido.
Son feroces y crueles enemigas
que golpean hasta sentir los brazos insensibles;
que nos gritan –hasta que se nos llenan los oídos
de angustia y de amargura y de arrepentimiento-,
todo lo que nunca debimos olvidar
sino como la última muerte, verdadera.

II

Y como quien vuelve de un profundo desmayo
y abre despacio los ojos adoloridos;
o como quien sale de una larga convalecencia
y tiene que recuperar sus fuerzas poco a poco,
empezamos a comprender, bajo el implacable
golpeteo de las palabras que renacen:
sólo hemos vivido una interminable mentira
parapetados detrás de frases vacías,
de falsas y soberbias actitudes
con las que hemos pretendido conservar la apariencia
de una vida plena, fructífera y equilibrada;
hemos dejado que la poesía cotidiana pase,
como si no fuera un huracán lleno de ira,
sin permitir que nos agite ni un cabello,
y sin dejar que deje en nuestras ropas
ni una brizna de polvo, ni una gota de lluvia,
ni un pedazo de pétalo pudriéndose.

III

Empezamos a comprender:
que amor no es solamente apego a una costumbre,
deseos de acariciar una piel suave o de sentir
que hay alguien que nos acompaña para siempre;
sino también la necesidad imperiosa
de ver por todos los demás, y de tender la mano
para ofrecer el pan y la esperanza.
Y que la libertad no puede seguir siendo
nuestro derecho a ser indiferentes.
Que hemos vivido culpablemente limpios.


Que patria no significan el lugar en que reposan
nuestros mayores, ni el sórdido fragmento de tierra
en que hemos asentado una mesa y un lecho;
que la patria es una ola de miseria y de llanto,
un alarido abierto, un borbotón de sangre,
una oscura corriente sin camino.

Que es necesario arrancarnos el corazón,
limpiarlo de telarañas y lavarlo y bruñirlo
y empuñarlo, como una espada vengativa.
Y no dormir de noche ni de día.
Y ya no hablar con voz pausada y tolerante
sino a gritos y a golpes de amargura.

Y que vamos a llenarnos de horror hasta los codos.

domingo, 11 de octubre de 2015

Un poema de Esther Seligson







DÍAS DE POLVO

I


A gente entende pouco do semelhante. Cada um 
de nos é un enigma que a maior parte das vezes fica 
por decifrar.


Miguel Torga


Estás tan lejos me dicen tan sola
y respondo nunca lo suficiente
nunca lo bastante lejos la soledad
siempre hay quien la interrumpe el teléfono
el cartero vecinos y esa necia costumbre
de procurarse víveres no nunca lo bastante
sola lo suficientemente lejos transijo
pago cuentas hago fila en el correo
saludo sonrío tampoco el mar que me acompaña
está solo cuántos veleros barcos lanchas
guardacostas lo ocupan

A veces nos salamos el mar y yo
muy de mañana en un llanto mutuo
remojo los pies en su espuma fría
y escucho la risa de Adrián que se revuelca
me digo entonces que aún estoy cerca
demasiado cerca
que me ha anclado el dolor a la orila
a este cuerpo nunca suficientemente solo
ligero lejano
ay tan presente

lunes, 21 de septiembre de 2015

Rosario Castellanos: intensa



Escribo porque yo, un día, adolescente,

me incliné ante un espejo y no había nadie.

Siete poemas renales de Jorge Torres Ulloa

En la literatura chilena se ha dado el caso de libros escritos durante la decadencia, uno de ellos, quizá el más conocido, sería Diario de muerte de Enrique Lihn. No obstante, existen varios otros títulos como Veneno de escorpión azul. Diario de vida y muerte de Gonzálo Millán, El cumpleaños de mi sombra de Luis Vulliamy y el que ha captado por completo mi atención, al ser también una enferma renal, Poemas renales de Jorge Torres Ulloa.

Jorge Torres Ulloa fue un enfermo de IRC durante gran parte de su vida, y padeció sobre todo el desgaste de los tratamientos sustitutivos como la hemodiálisis, pocos años antes de su muerte, fue transplantado, lo que le permitió vivir un poco más. Su figura en la literatura chilena, y retomando un poco lo que menciono arriba, ha sido un tanto olvidada, Iván Carrasco, atribuye este olvido en parte al voluntario alejamiento por parte del autor de los distintos círculos de crítica.

Para saber más de Jorge Torres Ulloa, pueden acceder a la siguiente página, donde encontraran algunos ensayos, poesía inédita y artículos que analizan su obra.



SUELTOS DE TESTAMENTARIA Y EXPRESIÓN DE DESEO


Los órganos de mi cuerpo
por este acto dono
(incluyo el que, a su vez donado,
me permite hoy pergeñar aún
algo de estos aires).
¡Allá la ciencia que escoja!

Cirujano o legista,
bisturí o escalpelo. Da lo mismo.

Regalo mis gestos, todos los hábitos, este
amor incipiente que se derrama.

¿Y qué de mi identidad?
¿Qué hay con mi identidad?
Declaro sin esbozos ante notarios,
cualquier ministro de fe:
allí van mis huellas dactilares, plantares,
mi impronta,
los pabellones de mis orejas, dono.

Por acá mi dentadura, sus vetas
auríferas y plúmbeas,
toda la osamenta obsequio.

¿Quién tiene sed de mi tuétano?

¿Mi DNA, a quién?

Dono mi nombre
Dono mi nombre,
Mi nombre también dono.
¿Desea alguien servirse de mi nombre?

¿Testaferro de quien quiere ser mi nombre?

¡Qué más me gustaría ser
sino testaferro de Dios!



EL ASILADO

Asido sólo al lecho
dolido el cuerpo que padece
Dios habita en mi miedo
yo que moro en su misterio.

Mi muerte en lontananza
guiña su ojo vacuo.


UNO MÁS UNO ES UNO

Hermano,
descargas de la lumbar
región la víscera
y me la quedo.
Sangran nuestros costados
ahora que somos uno.



NOCTURNO

Si cada día tiene su afán,
te pregunto, Dios,
¿cuál es el de la noche?



TUVE A DIOS

Tuve a Dios en mis manos, 
De ambas
                  manco he quedado.

Entre ceja y ceja, lo tuve
          bizco
estoy desde entonces.


STATUS DE NÁUFRAGO

Cuando víctimas todos del mismo naufragio
Vosotros,
los que moristeis de muerte total
Vosotros,
contumaces
ya no sois más mis compañeros deste juego.
Bien lo sabíais;
tratábase de una cuestión de palabras
(y de su fe irrenunciables en ellas).
Eso sí,
de mixtura y proporción exacta.
Ustedes,
los ufanos verborreicos
no bastáronles el desangre de esos días
en que campeaba la anemia
tanto y tan perniciosa.
Desatendisteis las palabras que importaban
dandoos con gula al festín parlante.
(Dilema de facultativos el atender
las veleidades de la semiología).
Recordaréis a las blancas susurrantes diciéndoos:
¡No le escuchéis!
¡Haced oídos sordos!

Guardia de mi propia vigilia
que es donde mora mi cordura
y este desvarío mío se consuela,
Os dije:
              ¡Utilizad las palabras adecuadas!
              ¡No os desgastéis en las vacuas!
              ¡Utilizad las palabras pertinentes!

Pero, nada.
Bien sabíais que no se trataba de exorcismos ni taumaturgias.
Sólo alimentar el verbo.



SIMPLEMENTE ALIMENTAR EL VERBO

Se explicarán ahora mis frecuentes ataques de mudez,
una cierta lentitud en el hablar:
Buscaba la precisión del adjetivo.

La conjugación cabal.
y ahora,
que ya no sois más mis compañeros deste juego
junto a tácita convicción
                     yazgo
distrayéndome en nuevos ocios,
mementando vuestras vocinglerías:

                     YO

el dialítico
                  el dialéctico

especulando qué hacer
para cuando la barca de Caronte zozobre y
aferrado a la mísera condición destas palabras,
mantener el exiguo
                       status de náufrago
para, socorrido por las potestades, tener
libre acceso a la vastedad de todas esas playas.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Enriqueta Ochoa y Xalapa (Segunda Parte)

Distintos poemas de Enriqueta podrían hacernos pensar en Xalapa, pero son dos poemas en específico donde ella habló de esta ciudad, de estridentópolis, ciudad que ha marcado a otros poetas como Porfirio Barba Jacob, quien escribió su Nocturno de Jalapa. 

Otro poema que tiene imágenes que remiten un poco a Xalapa, pero que no incluiré aquí ya que sólo algunas partes parecen remitir a esta ciudad, es uno que dedicó a Jorge Lobillo poco antes de su muerte y es posible leerlo AQUÍ. Otro poema, en el que, quizá es un poco aventurado decir que recuerda a Xalapa por las imágenes con que construye al amado, sería "Perfecto mío, señor de los potreros".

Los primeros "Cuadros de Jalapa..." fueron publicados en 1975, de acuerdo con la última antología del total de la obra de Enriqueta; por su parte, estos "Nuevos Cuadros de Jalapa bajo la lluvia" fueron publicados por primera vez en 1984 en Bajo el oro pequeño de los trigos.

Con este segundo poema doy por terminada esta brevísima reunión de poemas. 

Fotografía tomada de la revista Alforja, no. 39.


NUEVOS CUADROS DE JALAPA BAJO LA LLUVIA

Para Jorge Lobillo




Desde el puente de Xalitic
qué traslucido el viento
bajo el vaho lechoso de la niebla
que se desprendía de los jinicuiles,
mientras el agua oscurecía
las baldosas de los callejones,
culebras de luz
por donde escurrían cuesta abajo,
los hilos de la lluvia.

II

El potro de la noche cabalgaba
con las crines al viento,
con los ijares mojados de chapotear en la luna.
Sus cascos enfebrecidos
hundían a los astros tiernos
en el césped del espacio
y los hacían caer en millones de estrías
sobre los adoquines mojados del patio.
Pertinaz,
la lluvia seguía
con su voz de vidrio desmoronado.

III

Allá fue el amor.
Empapados de lluvia
entraban los días por la ventana
exhalando frescura,
sacudiendo su ramaje recién lavado.
Allá fue el amor.
Se nos iba la fuerza en cada roce de piel,
derretidos los huesos hasta el gemido
abierto como un ¡ay! de luz
que se disparaba desde el centro mismo de la vida.
Nunca quise encerrarlo
bajo el candado cotidiano de la pertenencia,
por temor de que me lo saqueara,
brutalmente, el tiempo.


IV

Deshojada en cristales leves,
se quedaba Jalapa
desparramándose en el viento
con ojos de eternidad.

sábado, 19 de septiembre de 2015

Enriqueta Ochoa y Xalapa (Primera parte)

Xalapa o Jalapa, para Enriqueta es más común escribir Jalapa con jota. Esta pequeña ciudad marcó a la poeta en más de un sentido. De acuerdo con Jorge Lobillo, Enriqueta llegó a Xalapa por la década de los sesenta el siglo pasado, venía divorciada y traía a su hija de tres años consigo y además dos desiertos clavados en el cuerpo: el de torreón y el de marruecos.  Por otra parte, la crítica ha hermanado a Enriqueta con poetas como Anna Ajmátova, en tanto que parece atemporal, y como Emily Dickinson, en tanto que ambas poetas abonan una poesía desgarrada.

De su paso por la capital de Veracruz hay más de un poema que busca retratar lo que fue Jalapa para ella, ya que, la arquitectura real de una ciudad, es casi siempre, la que quedó en nuestros recuerdos.



CUADROS DE JALAPA BAJO LA LLUVIA

I

Jalapa es una mujer redonda, menudita,
mitad misterio de retrato antiguo
y mitad sibarita.
Tiene un ojo sedoso en sus haberes,
en él penetra el tiempo, allí se pierde;
y exhala por las grietas verdes
su fragancia de olvido entre la hierba.
Un constante alud de espigas de humo
golpea sus tejados;
intangible, bañada de luz tierna,
apenas si respira.
El asma la sofoca cuando un brazo de tufo neblinoso
se desliza en su piel, se la queda bebiendo,
y una no sabe nunca
si la ha desdibujado el viento,
o se ha quedado en algún rincón, desfallecida.

II

Jalapa fue el varón
que equilibró el vaivén de mis temperaturas.
Yo lo amé hasta la médula misma de los días.
Tenía una caoba en llamas
bajándole desde el cerco  de sus ojos de ciervo,
hasta la sed de mi cintura.
Nunca mejor jinete cabalgó en las llanuras,
nunca la rueca hiló mejor el misterio de su música.
Yo me asomaba al fondo de mi hambre
para medir su piel,
y era un bosque en incendio
el canela de luz que sostenía su columna.

III

Llegué a tientas, con los ojos quemados
-pájaro de ceniza en desbandada-,
Jalapa fue ese mechón ardiendo
que cauterizó el gemido; 
ese huésped que entró a iluminar la sombra,
ordenándome el verbo y el verano.
En el ojo del tiempo pulsé el silencio
y vi crecer los brotes de luz
en la alta locura de jóvenes hermanos,
buceadores de la eternidad,
que volvían de su viaje
con las manos cargadas por los frutos del sol.
Con ellos compartí la sal y el viento,
y la veta de oro en las minas del oficio.

IV

Amanecía Jalapa con el sol tirado
entre los cristales verdes
de una cuchilla de agua.
A bocanadas se aspiraba la hermosura...
Y yo me quitaba hasta el guante que nos protege el corazón
para que resguardaran los demás el suyo.
La palabra amigo ocupaba todos los patios de mi alma.


V

Agazapado, desde su hendidura,
el desastre acechaba.
Un batir de alas ennegreció el espacio;
un golpe seco de piedra,
un oscuro desorden
desparramó en astillas mi ventana de astros.
Allí me aferré con uñas y con dientes
a la deshojazón del remolino
que me fue revolcado en su carrera.
Algunos velaron junto de mí la noche;
los otros, desmembraron mi nombre,
me sajaron en vivo,
hasta que aullando de dolor
se despeñó al invierno
esa conciencia de ser, crecer en uno mismo.
Desde entonces partí,
ahíto el pecho de una pena voraz
que aún respira.


VI
Jalapa fue algo más de lo que dije.
Bajo la piel me traje su aroma de humedad,
el rumor de la vida
atravesando la enramada lila de jacarandas y araucarias,
para entrar por la ventana abierta
en la infancia de mi hija,
y acariciar su mundo de cristal.
El deslumbramiento del polen
preñando de sol
parques y pájaros en el centro de la primavera.
Y este amor rebasando todas las orillas.
Es que yo los amé, los he amado, los amo todavía
a pesar de las coces del destierro,
y he deseado morir para olvidar,
para evitar que me derrumbe el golpe
de este sueño de muerte.
Algo más que la piel y sus contornos
me traje de aquel lugar,
por eso me he sentado esta noche
a morderme los puños que saben a soledad,
a bestia herida,
y a vientre de mujer embarazada de nostalgia marchita.




Besé a una feminista una vez




"Besé a una feminista una vez",
dice con la cara enrojecida y con manchas,
con algo pesado descansando en sus hombros, quizá.
"Besé a una feminista una vez"
dice  y todos ríen.
"Ella era fría como el hielo"
dice sin mencionar cómo me calenté
entre sus manos
y ardí como ascuas
hasta reducir su cama en fuego y cenizas.
"Dios, ella era cruel"
dice pero no ha olvidado la vez
que le dije que fuera bueno consigo mismo,
que purgara el veneno que había en sus venas
y arañara el humo en sus pulmones
"Te amo, Te amo, Te amo" dije,
"por favor, ámate también".
"Besé a una feminista una vez"
dice a carcajadas, con un codo en su costado,
él no dice "sus labios fueron la cosa más
suave que ha rozado mi clavícula",
él no dice "ella reprodujo canciones en mi mente",
o "ella me arropó como una cobija",
o "sus dientes en mi lóbulo me abrieron
y me dejaron disperso en las sábanas de su cama doble",
él no dice "yo amé a ese tormento de chica,
amé su pesadez a las cuatro de la mañana,
la amé como las monedas en el fondo de una fuente,
como memorizadas pecas,
la amé como la percepción profunda,
como pulgares opuestos,
La amé, La amé, La amé"
En lugar de eso, él retira
ese algo pesado de sus hombros, 
y también retira de su pecho
el tacto de mis labios  y dice
"De cualquier modo, ella fue una perra enferma".

Lily Cigale






domingo, 2 de agosto de 2015

El retorno



Hoy para hablarte me he quedado solo;
cerré para estar solo todas las ventanas,
el ojo alegre de las cerraduras
y los libros y las puertas. Y todo lo he cerrado.
Nomás los labios no, ni estas atormentadas
palabras que irán naciendo de mis labios a oscuras.
Es muy verdad que yo hubiera querido hablarte,
como antaño, del amor y las cosas que nos unen;
hubiera querido decirte largamente
que te quiero, que me gusta que me sigan tus ojos,
que no hay suavidad como la de tus manos,
pero hace afuera un aire erizado de gritos,
¿comprendes?,
pero algo trágico está sucediendo allá afuera,
y yo no lo sabía.
Mira: sólo el amor no basta;
tampoco basta con querer que nuestros hijos
sean los más hermosos o los más inteligentes,
porque ahora sé que en ellos le daremos al mundo,
únicamente, más carne para el dolor,
otro recinto de amarguras,
otra enturbiada fuente de lamentos;
ni siquiera bastaría que tú y yo y nuestros hijos
fuéramos a detener a todos los que pasan,
para preguntarles, con un gesto amistoso,
por qué están desesperados, por qué gritan así,
por qué llevan la vida como la más estúpida,
la más innoble o la más feroz de las tareas.
Nadie me escucharía, ¿sabes?,
creo que nadie nos escucharía.
Y tendrías también que sentir lo que yo, ahora:
aquí encerrado tengo la certeza
de que si cogiera el teléfono y llamara,
y llamara, y llamara hasta morir de sed y hambre,
todos los números contestarían ocupados.
Podría también abrir las ventanas y gritar;
gritar por la mañana, por la tarde, por la noche;
aullar, gritar hasta que todo el mundo se despertara
destrozarme gritando y gritarles y gritarles.
Pero para hacer eso es necesario ser heroico,
y yo no soy más que un hombre con el corazón desgarrado
y convencido de que ya no existen los héroes,
de que nadie mueve un dedo para salvar a nadie:
todos están cuidando sus pedazos de pan duro,
cepillando con agua su único traje
para evitar que se vea pardo,
pensando en una hermosa mujer que se entregara gratis.
Los héroes…
(Cuando llegues a estas dos últimas palabras, los héroes,
te ruego que las digas con una voz cuidadosa,
como si anunciaras a alguien la muerte de sus padres).
Ya no hay héroes, ¿me oyes?, ya no hay héroes:
todos asisten diariamente a una oficina
y son buenos empleados y trabajadores;
todos están casados y tienen hijos innumerables,
y acostumbran a hacer un paseo dominical,
provistos de bolsas en las que hay tortas y refrescos.
Corren un poco entonces y golpean una pelota
o tratan de subirse a un árbol inclinado y pequeño
para demostrarse que aún siguen siendo los mismos.
Luego comen, hablan sabiamente del aire puro,
satisfechos de su existencia reposada y cómoda,
y regresa a sus casas y se duermen tranquilos,
tras poner su dentadura en un vaso con agua.
Y yo no sabía nada de esto y estaba mudo,
y me levantaba contento en las mañanas
y hablaba de amor y de nostalgia, como lo más hermoso
y lo más terrible que puede sucederle a un hombre.
Se aprenden, sin embargo, palabras oscuras,
y cambian de sentido nuestras viejas palabras.
Si ellos quisieran mirar a su alrededor,
si ellos quisieran mirar a su alrededor, y ver,
y si ellos vieran que el mundo ya no es sencillo,
si por lo menos sintieran algo del dolor del mundo,
si se conmovieran, por lo menos, con un verso sencillo,
si un odio simple les partiera el alma,
su pecho no sonaría más como un ataúd:
sabrían que las sirenas de las ambulancias
aúllan, como mujeres enloquecidas, al olor de la sangre;
que hay niños que se quejan suavemente,
como si cantaran una antigua canción,
porque se están muriendo sin que nadie lo sepa;
que hay gemidos y palabras entrecortadas
brotando de zaguanes oscuros, de cuartos de hotel,
de estrechos callejones donde el hombre se refugia;
del quejido impotente y opaco y terroso
de los que caen diariamente bajo la violencia;
del odio de los que roban por vez primera
porque ya nada tienen que pueda serles robado;
que hay cantos lúgubres en las iglesias
y coros aterrorizados en los hospitales;
conocerían el zumbido plomizo del silencio
de los que ya aprendieron que todo es inútil
y quizá entonces cada uno tomara su corazón
henchido, inflado, hinchado por la ira
y por el llanto y la desesperanza,
y lo arrojara desde su turbia torre de marfil,
como semilla grande para el florecer del héroe;
para alfombrar de púrpura valerosa el camino
que haya de pisar mañana el héroe verdadero.
El que lleva en las sienes una corona de espigas
y en el pecho un corazón de pan tranquilo y vigoroso.
Compréndeme ahora: se engañan quienes creen
que sólo ante un lecho de muerte uno se despide,
para siempre, de todo aquello que le es querido:
estoy vivo, y estás viva, y existe la esperanza,
pero tengo que despedirme de estas palabras mías
que no gritaré jamás, porque sólo soy un hombre.
Pero ojalá llegue alguien que las arroje al aire:
ya sé que muchas serán arrastradas por el viento,
entonces, y que algunas caerán sobre las azoteas
y que lentamente irá secándolas el sol
y pudriéndolas la lluvia;
que otras quedarán sobre el asfalto de las calles
y que serán comida de los perros,
pero que una, la más limpia y serena de todas,
acunará la infancia del que estamos esperando.
Eso era todo lo que quería decirte.
Ahora voy a salir de nuevo a la calle:
deséame la mejor suerte,
y que tenga la fuerza de voluntad necesaria
para no dejarme acobardar, como ellos.

Miguel Guardia