sábado, 25 de febrero de 2017

Oh, rubí de sangre de Hildegarda Von Bingen



Oh, rubí de sangre
que desde lo alto ha fluido
y que la divinidad ha tocado.

Tú eres una flor
a la cual el invierno
del aliento de la serpiente
no podrá dañar nunca.





O rubor sanguinis,
qui de excelso illo fluxisti,
quod divinitas tetigit,

tu flos es,
quem hiems de flatu serpentis
num quam lesit.

miércoles, 15 de febrero de 2017

Somos pasto donde la luz madura de Enriqueta Ochoa




En esta momentánea eternidad
alzaste el corazón y lo sajó el tiempo.
Todo se va de paso, en su justo segundo.
Se llena un mismo sitio de improviso;
luego sigue su curso el agua
que colma de infinito
y nos arrastra hacia esa suerte ignota
que hoy te desmiembra el nervio
y arranca el grito de cierva vulnerada.

¡Qué fugaces, qué solos,
qué iguales, Señor mío!

Descansa,
reclina la tensión de arco en lágrimas,
sobre el callo de mi corazón ciego y remendado.
Manará, si allí escarbas con tino,
algún hilo de miel;
y desde este mirador verás tan viejo al mundo,
pero viejo adorable,
trastabillando, ebrio de soledad,
por la zanja de una abismal herida;
perdido en el galgo oscuro
de sus zapatos rotos.
O bien,
tan niños como una hoja en blanco
astronauta vestido de rocío
paciendo entre la hierba de los astros;
girando en la ruleta del espacio.
La cosmonave Soyus, hoy en órbita,
mañana en posesión, tal vez.
Así, viejo y joven el mundo
sin moverse pasa.
Con el pie en el estribo, rumbo a la muerte
llegamos:
cuestas, túneles, empinadas planicies...
Silba el tren,
se agita el pañuelo desgarrado que somos.
Vamos muertos en pie,
la sangre hundida;
muertos a golpe de silencio,
pero frenéticos, pegados hasta el final sombrío.
Es todo, hermana,
oscuro fuego de Dios que nos comprueba,
hambre que se endereza desfallecida
y bebe lágrimas;
fluir sin desprenderse.
Un ir quedándonos doblados
bajo el dulce peso de la mano suprema.
Espera quieta,
somos pasto donde la luz madura.

sábado, 4 de febrero de 2017

Somos seres discontinuos - Georges Bataille




(...) Los seres que se reproducen son distintos unos de otros, y los seres reproducidos son tan distintos entre sí como de aquellos de los que proceden. Cada ser es distinto de todos los demás. Su nacimiento, su muerte y los acontecimientos de su vida pueden tener para los demás algún interés, pero sólo él está interesado directamente en todo eso. Sólo él nace, sólo el muere. Entre un ser y otro ser hay un abismo, hay una discontinuidad.

Este abismo se sitúa, por ejemplo, entre ustedes que me escuchan y yo que les hablo. Intentamos comunicarnos, pero entre nosotros ninguna comunicación podrá suprimir una diferencia primera. Si ustedes se mueren, no seré yo quien muera. Somos, ustedes y yo, seres discontinuos.

Pero no puedo evocar este abismo que nos separa sin experimentar de inmediato el sentimiento de haber dicho una mentira. Esa abismo es profundo; no veo qué medio existiría para suprimirlo. Lo único que podemos hacer es sentir en común el vértigo del abismo. Puede fascinarnos. Ese abismo es, en cierto sentido, la muerte, y la muerte es vertiginosa, es fascinante.

Intentaré demostrar ahora que para nosotros, que somos seres discontinuos, la muerte tiene el sentido de la continuidad del ser. La reproducción encamina hacia la discontinuidad de los seres, pero pone en juego su continuidad; lo que quiere decir que está íntimamente ligada a la muerte. Precisamente, cuando hable de la reproducción de los seres y de la muerte, me esforzaré en mostrar lo idénticas que son la continuidad de los seres y la muerte. Una y otra son igualmente fascinantes, y su fascinación domina al erotismo.

(...) En la base, hay pasajes de lo continuo a lo discontinuo o de lo discontinuo a lo continuo. Somos seres discontinuos, individuos que mueren aisladamente en una aventura ininteligible: pero nos queda la nostalgia de la continuidad perdida. Nos resulta difícil soportar la situación que nos deja clavados en una individualidad fruto del azar, en la individualidad perecedera que somos. A la vez que tenemos un deseo angustioso de que dure para siempre eso que es perecedero, nos obsesiona la continuidad primera, aquella que nos vincula al ser de un modo general.

(...) Sufrimos nuestro aislamiento en la individualidad discontinua. La pasión nos repite sin cesar: si poseyeras al ser amado, ese corazón que la soledad oprime formaría un solo corazón con el ser amado. Ahora bien, esta promesa es ilusoria, al menos en parte. Pero en la pasión, la imagen de esta fusión toma cuerpo con una intensidad loca.