viernes, 13 de mayo de 2016

Un poema de María Wine




Abandonada por su pie
queda la huella sola
con su vacío interrogante.
Tú puedes verla en todas partes:
En el bosque
en los caminos rurales
en los senderos nevados
o congelada en el hielo.
En todas partes llama tu atención
Se te presenta con su leve profundidad
De oscuridad y vacío.
Me da pena de la huella
que añora su pie
porque ningún pie añora
volver a su huella.


Tomado de la antología de poesía Emma Gunst.

martes, 10 de mayo de 2016

La medida de mi madre de Begoña Abad



Mi padre, a estas alturas,
escribe sus memorias
y yo pienso que cuando falte
no querré leerlas
por si acaso descubro
que no nos hemos conocido nunca.



No sé si te lo he dicho:
mi madre es pequeña
y tiene que ponerse de puntillas
para besarme.
Hace años yo me empinaba,
supongo, para robarle un beso.
Nos hemos pasado la vida
estirándonos y agachándonos
para buscar la medida exacta
donde poder querernos.



Mi madre no recuerda el nombre de su madre.
Ha olvidado el camino de regreso a la vida,
no sabe usar el peine, ni la cuchara,
se pone, casi siempre, la chaqueta al revés
y revuelve los cajones en su memoria,
pero siempre sonríe al escuchar mi nombre.

Mi madre no recuerda si tuvo algún amante,
si ha viajado muy lejos, si ha perdido algún tren,
dónde están sus anillos, si alguna vez fue guapa,
que le gustaba tanto el Chinchón y el café,
que las letras unidas tienen significado
y que el perro que amaba nos dejó ya hace un mes.

Mi madre me recuerda, sin amargura,
lo que yo he olvidado tan tontamente,
la oración de su abuela que me dormía
las canciones de cuna que me cantaba,
y unas romanzas moras que, en letanía,
desgrana mirando por la ventana.

Mi madre y yo sujetamos recuerdos olvidados
como podemos, a veces con dolor,
otras con risas, siempre con esperanza.



Sin acto de amor que me conciba,
sin madre que me espere,
sin saber para qué,
sigo empeñada en nacer
a cualquier hora,
de cualquier manera,
por olvidarme de los días
en los que nacía muerta
o en los que me moría
de a poquitos silenciosos.
Nacerme a cada paso
aunque sea de nalgas
y con dos vueltas de cordón
enrollado en el alma,
nacerme y respirarte...



Quiero que me comprendas,
abro el baúl de las palabras,
busco las que aprendiste de niño,
las más sencillas, las de diario,
¿recuerdas? "Mi mamá me ama".




La mano hábil desbroza,
sabia con los años
se mueve con destreza.
Arranca sin remisión
las peores hierbas.
Vuelve a repasar,
surco a surco,
titubea, se detiene, duda,
pero vuelve a desbrozar.
Teme haber arrancado,
en alguna ocasión,
un brote delicado que no vio,
que no reconoció,
porque el cansancio ciega.
Regresa, cada día más sabia,
al surco que conoce,
camina por él,
observa más despacio
y a la destreza,
a la sabiduría,
añade ahora la piedad.




Me preñaste de palabras
ojalá los hijos que nazcan
tengan tus ojos, tu mirada.
El abultado vientre se parece
a un globo terráqueo
en el que habitarán
los poemas que tú me escribiste.
Continuo caminando,
he decidido seguirte,
me transformo en tu sombra,
una sombra de abultado vientre
que rompa las leyes de la física.
He decidido que el hijo que nazca
compita sólo en el arte de amar
y le pondré tu nombre
y he decidido que inventaré un mundo,
un lugar con sol y agua,
sonde reine el silencio,
donde pueda llevarte conmigo
sin que nadie nos mire.
Cuando nazca lo hará entre dos luces,
la tuya y la mía,
entre dos brazos,
entre líneas,
intercalado,
entre besos
y versos.
Preñada de palabras me tienes.

lunes, 9 de mayo de 2016

Crónica de mí misma de Matilde Alba Swann




Y querer merecerme; de veras merecerme.
Revisar mis dispersas escrituras,
mi palabra, revisarme el sollozo,
la garganta,
auscultarme el latido, desollarme,
revisarme las venas, las arterias.
todo el complejo existencial
que asumo.
Revisar mi conducta, mis proyectos,
lo soñado, ensoñado,
lo vivido,
conformarme de nuevo, aun no inscripta,
sin visión, sin recuerdo, sin mentiras,
sin verdades ocultas, temerosas,
sin impulsos,
sin deserción, sin este yo
impreciso.
Revisarme hasta el fondo, descifrarme,
prenderme, saberme, perdonarme,
tanto pude y no hice,
tanto hice febril
a manotazos,
en apremio suicida, lograr algo, dejar
algo, quedarme allí incrustada,
en la trama inicial, impenetrable,
indestructible, quedar, estar,
ser siempre,
y vencer de la muerte,
y de la vida.
Permanecer y ser, por solo acto
de ingerencia en un sino
de criatura.
Despedacé mi carne, carne mía, fatigada
de esfuerzo y sinsabores, me derramé, me di,
me hice guiñapo; al costado de holgura,
fui miseria.
Quise tanto y a tantos, y la tierra,
ese soplo de polvo que me aguarda,
y mi aventura batalladora hecha
de timidez, de inermidad
y miedo.
Estos árboles rudos que me vencen
la mirada, cada vez menos útil, y esta noche
que circunda mis noches y me azuza y me manda
no dormir, y pensar, y sentir frío,
y volver al dolor que hice a un costado.
Yo debo revisarme desde el antes,
descubrir el motivo, causa, impulso, la razón,
el por qué, y el hacia adónde, y el por qué
del por qué de la pregunta.
Ascender la montaña hacia la cima,
y mirarme, un abismo,
en el abismo, y elevarme al azul
por propio esfuerzo apoyándome en mí,
envolviéndome en mí,
desde mí misma,
tirar de mí hacia arriba; tocar siquiera
una sola estrella, una sola, o su fulgor
siquiera, o siquiera seguirla
desnudando
mi vergüenza a su luz. Esta corteza,
que resquebraja
cada vez que pienso,
y estas raíces que me petrifican
bajo la inercia de un planeta
muerto.
Quiero salir maleza a herir caminos,
y punzarme de heridas, ser, de pronto,
este mundo y un próximo intuido,
y recordar, de pronto, un otro antiguo
mundo en seres golpeados que lloraron
mucho antes de mí, y que derramaron
en mi llanto de hoy, su sal y acíbar.
Ser el ánfora quieta de una ignota,
milenaria mansión
sin nada dentro,
y esperando.
Un océano en peces y vitrales, y en suicidas
y barcos milenarios; ser la orilla, el camino
sobre el agua, ser la brújula, el sol rojo
de noche y el marinero que perdió la novia,
la llegada y el puerto, abigarradas
multitudes ruidosas,
y en mí, nadie.
Asomarme a la ardiente boca ígnea
de un volcán que despierta en el incendio,
y saber que soy fuego y quemadura,
que la lava soy yo,
descascarando;
desnudada, sentirme leña al rojo, derramado
mineral,
embistiendo la ladera, burbujeante y hervida.
Merecerme, de veras merecerme;
en cuclillas orar, sin darme cuenta,
porque quiera la entraña de mi madre,
exhalarme a la luz, y ser pequeña,
respirar, prometer, ser la esperanza
para alguien, sin nada más que el hilo,
que amenaza romper de una esperanza.
Merecerme de veras; ya retorno
del altar y del lodo, del sollozo,
del gemido y del canto, de mi propio
funeral, y me escucho como corro
anhelante y jadeante
a mi bautismo.

sábado, 7 de mayo de 2016

La mazorca de Rubén Bonifaz Nuño





Eclipse prenatal, escudo
contra el ojo del sol, herrumbre amarga
comedora de labios.

Y frente a rente, mi palabra
bien dada, mis maneras de pelado,
aunque me hagan sufrir, y mi agua fría
para bebérmela de madrugada.

Pues en verdad bien poco que tenemos:
nos calentamos apenas, nuestra cara
hacemos un momento, y nos lo vuelan
todo: la casa pobre, la morada
polvorienta del pobre; la cazuela.

Perdido su gobierno, su nobleza,
su oficio de señor, queda extranjero
el pobre, y sin paredes. Mi costado,
mi fraterna mazorca, mi familia.

Y entonces, ¿por qué lado,
a qué nopal me acojo, con qué espinas
me coso el alma al hueso, y en qué chile
me curto el corazón para mañana?

Prueba mi espejo su raíz, y calla
su máscara, y se mira desde el fondo,
en una calavera, la enjoyada
sal llameante en gotas, la lujuria
y el ademán metido de los ojos.

Y digo: mundo, cueva, mi agua firme;
mundo de gemas rojas, fruta roja
en capullo de agujas, mi biznaga.

Yo digo: lengua, piel de olor, alegradora,
o muslos rojos, cómplice, adyacente,
o mundo boqueando; fuego
para achicar la noche cuando aprieta.

Y frente a frente, desde el esqueleto
medular de los huesos, resollando,
mi condición de macho. Al fin que andamos
en lugar peligroso, y nadie olvida.

Donde empieza el que canta, y bien conocen
todos el canto. Bien lo saben.

miércoles, 4 de mayo de 2016

Retrato del artista decrépito de Ramón Rodríguez




Damas y caballeros
me considero
sin pruritos de falaz modestia
el máximo matador de cucarachas
que opera en el centro de Veracruz
pero oíd bien por favor
no afirmo de ninguna manera
que yo sea el eminente matador de cucarachas
de todo Veracruz
pues no soportaría
que me saliera al paso alguno por allí
aclarándome no sin malsano regocijo
que por ejemplo en Tuxpan o en las Choapas
o peor aún que en algún pueblo furris
alejado muchos kilómetros de Xalapa
mas nunca de su corazón
existe un habitante
que ha validado con creces mis hazañas.

Mi modalidad o técnica es sencilla
no se trata por supuesto de aplastar
dejando un rastro de sustancias viscosas
regadas por doquier
ni de andar dando zapatazos
ni de usar diarios mundos crónicas
soles gráficos políticas o dictámenes enrollados
ni mucho menos efluvios tóxicos
que deterioran al ambiente
basta un certero y vertiginoso golpe con el índice
en el lugar preciso
en donde localizaríamos
el cerebelo de la cucaracha
si ésta lo tuviere

Sin embargo
reconozco que el pulso y la vista
me irán fallando imperceptible pero fatalmente
cuando llegue un amanecer cualquiera
y la guitarra esté tendida
en silencio sobre la mesa
me iré solo por un camino de alguna estación
haciendo sonar con mis botines
el pedregullo a la orilla de un río
dirán entonces
le tenemos mucho cariño a este hombre
por ejemplo más que a un billete de veinte dólares
vaya inclusive
más que a un compacto cochecillo japonés
era el mejor de todos
era el mejor de todos
por supuesto
por supuesto
aunque fuera sólo en el centro
de Veracruz.