domingo, 30 de abril de 2017

El mundo según mi corazón de Lauren Yates





I.

Sólo hay espacio para uno.
Las sillas de concreto mantienen a los curiosos en la bahía.
Nadie holgazanea aquí.

A veces un viajero extraño,
ignora la arena: el frío gris
delineando su cuerpo.



II.

Nuestra historia en una sola toma.
¿Una decisión estética?
No pudimos conseguir más rollo.



III.

Yo no lo quería
hasta que me hiciste consciente de ello.

Él, un mal aguacate.
Yo, vientre delicado en una tormenta salada.
No volveré a comer guacamole en mi vida.


IV.

Mi corazón hormiga obrera,
carga cincuenta veces su tamaño.
Sólo porque puede no debería hacerlo.


V.

Sólo soy feliz cuando no sé toda la verdad.
Miénteme. Frena mi impulso

de saberlo todo.
Estoy aprendiendo a vivir
con este estar rota.
Olvidaré cómo es que debo verme.
No me lo digas.
Déjame seguir poniendo catsup
y rebanadas de queso sobre pan.
Esto, para mí, es una pizza.
No me digas lo contrario.


VI.

Tratar de salvarlo
es como sacarle una sonrisa
a un guardia del Palacio de Buckingham.

Si deja sus vicios,
él será para alguien más.


VII.

Algunos días, tengo sentido del humor.
Me digo: encontraré a un amante viejo y rico.
Sus hijos tendrán mi edad.
Me llamarán "mamá".


VIII.

Sólo porque puedo amar, no significa que deba hacerlo.


IX.

Sólo hay espacio para uno.
Algún día, un viajero extraño
me traerá la pizza más exquisita.

"¿De qué es?" le diré.
"Difícilmente me sabe a catsup".

sábado, 29 de abril de 2017

Dos poemas de Sierra Demulder

Dominique Fortin




El permanente

La primera vez que mi madre se impuso a mi padre,
se hizo un permanente en el cabello.
Él le había dicho que no lo hiciera,
le dijo "es un desperdicio
de mi dinero ganado tan arduamente".

Mi padre me cuenta esta historia mientras llora,
ahora es mucho más dulce, un neumático sin rueda.
Mi madre volvió a casa de la estética,
y sería maldecida, si no se me veía maravilloso. 
Eso me mataba, Sierra, lo juro por dios. 

El permanente, ese primer murmullo
en un cuarto silencioso, el primer balanceo
de un murciélago sólo para descubrir
que la piñata es en realidad un perro.
Mi madre lloró durante horas,
no habló en una semana.

Ahora, treinta años después,
yo soy poeta
y estoy contando esta historia como si fuera mía.
Cosecho esta espina,
este embarazoso dolor de muelas.

Hago que mi padre arrastre su temperamento
fuera del almacén por la muñeca,
Y hago que mi madre vuelva del salón
una y otra y otra vez.







El mejor hombre

Inevitablemente, mi padre llorará en mi boda.
Vestirá su único abrigo con naturalidad,
como si usara una caja de cartón.
Sus pantalones de mezclilla,
su corbata anudada mecánicamente
como oropel.

Poco habituado a los eventos formales,
tiende a moverse en su asiento,
impaciente como un serrucho.
Cuando llora, y siempre llora,

lo hace de la única manera que puede hacerlo
el padre de tres mujeres:
su pecho como una boya agotada,
suspira y asciende,
mientras todo en su rostro se hunde

como si alguien hubiese lanzado
una piedra en un estanque
y las ondas se expandieran eternamente
es el más hermoso ahogamiento.



miércoles, 26 de abril de 2017

Deseo de Dulce María Loynaz


Que la vida no vaya más allá de tus brazos.
Que yo pueda caber con mi verso en tus brazos,
que tus brazos me ciñan entera y temblorosa
sin que afuera se queden ni mi sol ni mi sombra.
Que me sean tus brazos horizonte y camino,
camino breve, y único horizonte de carne;
que la vida no vaya más allá... ¡Que la muerte
se parezca a esta muerte caliente de tus brazos!...

martes, 25 de abril de 2017

Olor de Jacinta Escudos




Vengo con olores extraños en el cuerpo,
con olor al canto de las ranas
que llaman a sus esposos en la vera del río,
con olor de potreros que se queman en la oscuridad,
con olor a ubre de vaca en mis senos dilatados por el deseo
con olor a manantiales sudoríficos
nacidos en la ranura de los cuerpos en batalla.
Vengo con olor a río, a lago, a pantano,
a olvido por minutos,
a calor en un pueblo perdido,
a cigarro fumado en la espera,
a polvo, a lluvia, a tiempo, a moho.
Vengo con olor de amor
en un lecho esquinado,
en un cuarto oscuro,
en una casa a la orilla del río.
Vengo con olor de amor
de un hombre que pierde su sombra,
de un hombre con cuerpo de barro,
de un hombre de corazón de pájaro.
Vengo con olor de un hombre
que se llama Alejandro
y que tiene olor a mar.

lunes, 24 de abril de 2017

Soneto de otoño de May Sarton



Si puedo dejarte ir como los árboles dejan ir
sus hojas, tan naturalmente, una por una;
si puedo llegar a saber lo que ellos saben,
que la caída es alivio, es consumación,
entonces el miedo al tiempo y a la fruta incierta
no perturbaría los grandes cielos lúcidos,
este otoño extrañísimo, dulce y severo.
Si puedo soportar lo oscuro con los ojos abiertos
y llamarlo estacional, no áspero o extraño
(porque también el amor necesita un tiempo de descanso),
y como un árbol estarme quieta ante los cambios,
perder lo que se pierda para guardar lo que se pueda,
la extraña raíz todavía viva bajo la nieve,
el amor resistirá -si puedo dejarte ir.

Tomado de la antología "Emma Gunst".

sábado, 22 de abril de 2017

Jaguar de Elsa Cross




I

Niño jaguar.
                 Serpiente.
Fauces abiertas,
ojo que se agranda.
Tu pupila devora el cielo:
noche llena de ojos.

El río lleva caracoles
que en la roca se prenden
                       -turquesas bajo el agua.
La arena sella sus secretos.
Entre la piedra, arañas.
Abejas hacinadas sobre las floraciones
                                                  en el limo.

Noche adonde bajan a beber los tigres
silenciosos como crecidas súbitas.

Niño jaguar,
en tus ojos se entrecierra la noche.
Te duermes
cuando el sol dispara sus flechas
entre las copas de los hules
y enciende el pelaje de los monos.





III

Hombre jaguar,
                         muchacho,
boca esculpida.
Me acechas en el día,
                                     me alcanzas.
Tus dientes parejitos.
Tus manos-
                               desatan mi vestido.
Ojos de jaguar,
                              lumbre amarilla.

En todos lados apareces.
Sales bajo tierra.
Hurtas de los Señores de la Noche
las garras,
los colmillos.
Eres sol en lo oscuro.
Eres guerrero,
                         tú peleas.
Manchada de estrellas queda tu piel;
tus brazos,
                       color      cinabrio.

Por la noche me llevas.
Vamos siguiendo huellas
                                   no sabemos ni a dónde.

Corres como sereque,
oyes como venado,
hueles el aire,
                     narices de jaguar.

Frente amarilla.

Soy la oscuridad donde apareces.

domingo, 16 de abril de 2017

Cuatro poemas de Delfina Tiscornia



CARTA A JESUCRISTO

Me seducís
El estrépito del pasado ya no resuena con miedo en mi alma.
Jesús. Voy a seguirte. Estoy entregada a tu Amor
y tu designio amoroso.
No todo es poesía. Te busco en una ciudad maldita,
sufriente.
Pero ahora estás en Todo.
Abrí los ojos del alma. Ya no temo a la vida,
ni al paso de la muerte, ni a ser humano alguno. Vos
me das tu fuerza.
No padezco el tormento del ansia, porque se fueron mi
sed y mi hambre. No eran del cuerpo sino del espíritu, y
es ha sido y será saciado con tu Palabra que bendice
y sana, que aclara y pacifica.
Morí a la vanidad y al hartazgo, la locura, la degradación.
Jesús, Señor, Dios, Altísimo. Te envío esta carta
agradeciendo mi vida y la de mis seres queridos.
Abro mi corazón a tu Amor que no conozco
totalmente, pero creo en él.
El tiempo humano es fantasía.
Pongo el reloj de mi vida en tus manos.
Bendice mi creación, mi canto, mis dibujos, mi poesía,
cada uno de mis actos... bendícelos como una plegaria
de amor y acción de gracias para que se eleven del
amor humano al amor divino que todo lo contiene.
Gracias por mi belleza, mi inteligencia limitada, mi
sensibilidad.
Ayúdame a usarla y encausarla para que no sea
lastimada ya sino que aprenda a curarse y a curar a
otros. Esto te pido con amor y emoción.

Delfina
TU HIJA



***

QUIERO ARRANCAR LA MUERTE DE MI VIDA

Quiero arrancar
la muerte de mi vida
quiero ofrecer
al mundo las cenizas

Voy
a creer que sangro en cada herida
voy,
a bordar
la senda de otra vida

No, Pero no,
la noche y su silencio
no
pero no,
la tarde y su veneno

Quisiera darte
todo lo que odio
para que tú
lo vuelvas compasión

Quiero partirte todos mis deseos
sobre la piel hasta que me olvides
Porque jamás

Hablamos con la muerte
porque detrás
aguarda el corazón

Voy
a nacer
de una hoja desnuda

voy
a volar
en un tiempo extraño
al que nadie conoce y sin embargo
todos beberán cierta vez
esta copa desconocida




***

MIENTRAS OTROS

Mientras otros se reparten
las flores y los truenos
yo quisiera llorar
y ser el fuego


el júbilo intacto de una mañana fría
el gajo desnudo
que se ofrece
cuando ya no queda nada

Quisiera ser
la piedra silenciosa
arrojada al camino

la roja dentellada de una muerte
cualquiera
la pupila roedora del amor
y el olvido

Quisiera irme despacio,
sin despertar a nadie
para apurar mi copa de veneno

Para abrevar en las noche de espinas quietas
la oscuridad de voces
que siempre me espera





***

EL SILENCIO DEJA DE SER UNA RESPUESTA

El silencio deja de ser una respuesta
cuando el azul se quiebra insostenible insoportable,
y los dioses están muertos.
El coraje es tan sólo una palabra
cuando los siquiatras creen saberlo todo
y se enfrentan a su miseria
en un doceavo piso confortable.
Yo ya no río más, no río más.
Sólo los ríos pueden hacerme llorar
el recuerdo de lo bello,
el riesgo de morir y vivir cada instante
guardando las formas
para enlutar un traje más.
Pasó un pájaro de alas rotas
y yo tengo miedo,
miedo del instante que sigue
y el que precede.
Control, palabra odiosa,
todos somos egocéntricos
todos ansiamos la gloria
y una playa desierta que nadie haya pisado,
mancillado con sus sucias botas,
la huella del tiempo, pátina
fácilmente habitable.


sábado, 8 de abril de 2017

Insectario de Hernán Miranda


Rafael Trelles, Ensayo de Gregorio Samsa.



Yo me enamoré una vez de una muchacha maravillosa
y los dos preferíamos los vanos de las puertas,
los rincones más oscuros de los cines,
de las plazas públicas.
Huíamos de la luz como los fantasmas que éramos en realidad
y esperábamos la noche
y apagábamos todas las luces para hacernos el amor.
Yo gustaba de recorrer todo su cuerpo
centímetro a centímetro
como un escarabajo por las habitaciones en tinieblas.
Y ella tenaz y laboriosa como ninguna
tejía y destejía en silencio su tela sobre mis labios.
Un día nos equivocaríamos de grieta
o la luz del día nos ahuyentó en opuestas direcciones
y nos perdimos de vista entre la multitud.

De ese tiempo,
mi sensación de llevar antenas en la frente
y los ojos facetados.

De ese tiempo,
mis pestañas sensibles a la luz del sol
y mi forma de andar
de insecto extraviado entre los hombres.

lunes, 3 de abril de 2017

Elegía de Manuel J. Castilla

Acaso tenga yo tu corazón ahora con la lluvia,
acaso dentro mío no seas sino un aire que llega con mi propia voz y te recuerda,
algo que de mí mismo se prolonga en la tierra todavía,
un gesto que se hace sombra, un olvido arenoso.
Porque aún quedan cosas y cosas por las que estás volviendo.
Está un jardín con flores recién naciendo
y frutos que caen sordamente a la tierra,
y en el jardín, prendida entre los árboles como una telaraña gastándose
tu mirada en remanso.
Queda también la sombra de la madre aposentándose cansada
sobre todas las cosas que han rozado tus ojos
y queda tristísima y amarilla una tarde cayendo entre las plantas
con pájaros perdidos en el cielo.
Yo podría preguntarte de las horas que se espesaban en tí como en un pozo,
de lo que ibas dejando en los amigos,
de aquello que les dabas
cuando en las noches el vino se bebían en lentitud risueña
y por su veta ardida los pescadores,
quemando los inviernos
subían a la fábula y a su río celeste.
Porque en todo ello estabas. De sueño en sueño andabas.
De viaje en viaje sin emprenderlos nunca
pero volviendo de ellos.
Más allá de tus ojos, todo era claro para tu corazón
y la bondad se dejaba estar en tus ojos, silenciosa, como una rosa en una mano.
Ahora que estoy solo iré a buscarte en la noche que te pertenecía
como una amante inolvidable,
iré borrando huellas por los caminos verdes de la infancia
cuando el verano se derrumbaba sobre los niños de los ríos
y los enjoyelaba de bejucos morados
¿Por dónde iré, yo digo, sin hallarte?
En las granadas de la estación, abiertas, he de encontrar tu risa temerosa;
En algún carnaval polvoriento me ofrecerás un vaso de chicha;
en algún pueblo solo, junto al río, vendrás cavando las barrancas húmedas
buscando carne para las pescas largas llenas de vino y de silencio.
Yo sé que he de encontrarte, ya niño distraído,
de cara al cielo de la siesta,
viendo pasar los animales del firmamento y de la tierra
y que han de tropezar mis manos con las tuyas en el fondo del río
como dos ciegos que se buscan lejos de toda luz.
De boca en boca nos hallaremos en viejos años nuevos
con la copa en la mano y una corbata nueva,
tratando avergonzados de abrazarnos como dos extranjeros.
Sí. Yo sé que todo esto que me pasa me volverá a ocurrir
porque esta voz que tengo a veces me sale con tu voz, y eres yo mismo.
Porque esta mano que te escribe es tu mano, y tu sangre es lo que va en mis venas.
Porque este pelo y estos arrebatos son tuyos y hasta es mía tu ropa.
Y míos son tus huesos, y mío tu cansancio y tu dolor es mío
Porque todo es como una palabra que no sale nunca y se muere en la boca para siempre.