sábado, 19 de octubre de 2013

María Mercedes Carranza

Jugando a las escondidas

Al comienzo la llorarán mucho. 
Habrá novena, misas cantadas
con diáconos y cuatro curas. 
El luto adornará a los parientes
que entre lágrimas verán su vida como una hazaña.
Será gran señora, incomparable esposa,
dilecta amiga, pozo de gracia
de virtudes y dones. 
El vacío que dejará en la sociedad
no podrá llenarse aunque lo intenten.
Se conservarán igual que reliquias
cadejos de pelo.
Y hasta habrá manos
que echen de menos otras manos.
Con los años será la abuela
que hay que pasar a un osario
y luego la foto en cualquier rincón de la casa
que nadie sino de lejos sabe
a quien retrata. Finalmente nada.


****


Esta mano nerviosa y pequeña que todos ven,
esta mano de uñas pintadas y piel frágil
ha cometido sin temblar
oscuros asesinatos fracasados
y algún suicidio rencoroso
en el abandono de la almohada y las lágrimas.
Esta mano ha mentido en salones y calles
con ceremonias usadas y ajenas. 
En habitaciones oscuras, esta mano
ha huido de la ternura,
pero lenta como ola de aceite
ha dado placer a los cuerpos.
Esta mano ha ordenado en fila las palabras
para llevarlas al abismo
y hacerlas decir ya sin aliento
del esplendor de las pobres emociones,
del desplome de las ruinas aún en pie,
de la sal viva en las pestañas.
Esta mano ha robado en duermevela
cosas que nunca se atrevió a hacer suyas
y ahora en su palma sólo tiene roces
y el vacío en el que estuvo otra mano.
Esta mano tiene atravesadas las líneas
de una vida que se perdió
porque no supo, no comprendió, no quiso. 

sábado, 5 de octubre de 2013

Un poema de Jean Portante

Nada está destruido 
Reloj blando, Dalí, 1954.
ni el viejo reloj suspendido en el cielo, 
ni las horas que llueven arriba de los techos.
El tiempo como todo lo demás
se evapora y se condensa, 
y los animales negros que a golpes
se posan sobre los muros
no han ido en vano al laboratorio.

Hoy es un día irreparable.
Vamos al mercado como vamos a la iglesia.
Nos veo aburridos frente a la eternidad.
Lloramos un poco para hacer penitencia,
mentimos también y todo retoma su curso.
¿Por qué caminar sobre el agua 
cuando podemos hacerlo allí?
¿Y por qué decir no, 
cuando sí es una bola de cristal?

Point, Jean Portante