Él sabía amar a la naturaleza. "Ansío -dijo- conocer lugares remotos", y empezó a caminar haciendo malabarismos afortunados con la vida.
Su corazón hablaba una lengua que entendían los sabios y los niños, y cuando lloraba o reía era sin el brillo de la malicia; por eso su mirada hacía tierna la luz de los pueblos donde pasaba.
Enriqueta Ochoa
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