sábado, 1 de octubre de 2016

Aún hoy de Shane Koyckan



Cuando era un niño
pensaba que los golpes de karate
y las chuletas de cerdo
eran lo mismo
Pensaba que karate y chuleta eran lo mismo
y como mi abuela pensó que eso era lindo
y porque las chuletas eran mis favoritas
me dejó seguir llamándolas karate.

No era algo tan importante.

Un día
antes de entender que los gorditos
no están diseñados para subir árboles,
me caí de un árbol
y en el costado derecho me hice un moretón.

No quise decirle nada a mi abuela
pensé que me regañaría
porque tenía miedo a que me regañara
por estar jugando donde no debía.

Unos días más tarde, mi profesor de deportes
notó el moretón en mi costado
y me envió a la oficina del director
pero de allí me llevaron a una oficinita
con una señorita dulce y amable
que me preguntaba cosas
acerca de mi vida en casa.

No le iba a mentir,
porque según mi entendimiento
mi vida era buena y bonita.
Le dije: cuando me pongo triste
mi abuelita me hace karate.

Se abrió una gran investigación,
me llevaron de mi casa por tres días
hasta que al fin decidieron preguntar
cómo me hice el moretón en mi costado.

Esta tonta historia se regó por la escuela
y así me dieron mi primer apodo.
No fue karate, fue chuleta.

Aún hoy
odio las chuletas.

No soy el único niño que tuvo que crecer así,
rodeado por gente que decía
que son sólo palabras, no piedras ni palos.
Como si ser apaleados
doliera más que los insultos.
Y fueron muchos insultos y apodos,
tantos que de verdad creímos
que nadie se enamoraría nunca de nosotros,
que estaríamos solos para siempre
que nunca encontraríamos a alguien
que nos hiciera sentir que fabricó el sol para nosotros,
para curar las heridas de nuestras tristezas.
En su lugar, tratamos de vaciarnos
para no sentir nada, aislarnos.
No me digan que eso duele menos que ser apaleado
que una vida de aislamiento
es algo los cirujanos pueden operar
que la depresión no puede hacer metástasis
porque sí puede.

Ella tenía ocho años
iba en tercer grado, era nuestro primer día
cuando le dijeron fea.
A los dos nos pusieron al fondo de la clase
para evitarnos proyectiles de papel y saliva,
pero los pasillos de la escuela eran un campo de batalla
donde éramos la minoría abusada cada maldito día.
Nos quedábamos en el salón para el receso
porque afuera era peor:
afuera tuvimos que ensayar correr para escapar
o aprender a permanecer quietos como las estatuas,
a no estar.
En quinto grado pusieron un cartel en su escritorio
que decía "cuidado con el perro".

Aún hoy,
a pesar de que un hombre la ama,
ella no se siente hermosa
porque tiene un lunar
que ocupa menos de la mitad de su cara.
Otros niños decían que parecía una respuesta errada
que alguien intentó borrar del pizarrón
pero no pudo.
Esos niños no entenderán
que ella cría a dos hijos
cuya definición de belleza
comienza con la palabra mamá
porque pueden ver su corazón
antes que su piel,
porque ella siempre ha sido maravillosa.

Él era un rama quebrada,
injertada en un árbol de familia distinto:
adoptado no porque sus padres optaron por un destino distinto.
Tenía tres años cuando se convirtió en un cóctel
de una parte de abandono
y dos partes de tragedia.
En octavo grado comenzó terapia.
Se hizo una personalidad a punta de pruebas y de pastillas.
Vivía como si pudiera ahogarse en un vaso,
como si un escalón fuera un barranco.
Él era cuatro quintos de suicidio,
un vendaval de antidepresivos
y una adolescencia de ser llamado pastillero,
1%  por las pastillas
y 99% por la crueldad.
Intentó matarse en décimo grado,
cuando un niño que podía ir a casa con mamá y papá
tuvo la osadía a decirle que lo superara, 
como si la depresión fuera algo que puede ser remediado
por lo primero que encuentras en un kit de primeros auxilios.

Aún hoy,
él es una bomba de tiempo andante.
Podría describirte con detalle cómo el horizonte desaparece
en los segundos que dura la caída libre.
Y a pesar de tener un ejército de amigos
que le dicen que él es su inspiración,
él sigue siendo una conversación entre gente
que no puede entender.
A veces, estar libres de drogas
tiene menos que ver con la adicción
y más que ver con la cordura.

No fuimos los únicos niños que crecieron así.
Aún hoy,
todavía hay niños con crueles sobrenombres,
los clásicos eran:
mira, estúpido
mira, retardado.
Parece que cada escuela tiene un arsenal de sobrenombres
que se actualiza cada año.
Y si un niño cae en una escuela
y nadie alrededor elige escucharlo
¿hace un sonido?
¿son apenas el ruido de fondo
de una canción que se repite
cuando la gente dice cosas como
"los niños pueden ser crueles"?
Cada escuela es como una gran carpa de circo
y lo que nos decían y aún nos dicen,
desde los acróbatas a los domadores de leones,
desde los payasos a los malabaristas,
todos ellos estaban mucho más adelante que nosotros.
Éramos monstruos:
muchachos con manos de langosta y señoras barbudas,
rarezas
haciendo malabares con la depresión y la soledad,
jugando en solitario a la botellita
para tratar de besar nuestras heridas y sanar.
Pero en la noche,
mientras los demás duermen,
seguimos practicando en la cuerda floja.
Y sí
algunos de nosotros caímos,
pero quiero decirle a esos caídos
que toda esa mierda
es sólo escombros
que quedan cuando finalmente decidimos romper todas las cosas que pensamos
que éramos
y si no puedes ver nada hermoso en ti
consíguete un mejor espejo
mira más de cerca
quédate mirando un rato
porque hay algo dentro de ti
que te hizo seguir luchando
a pesar de todos los que querían que desistieras.
Le pusiste un yeso a tu corazón roto
y lo firmaste para ti
y escribiste
“NO TENÍAN RAZÓN”.
Porque quizá no perteneciste a un grupo o a una banda,
quizá siempre te escogieron al último para el basket y todo lo demás,
quizá te tocó tener moretones y dientes rotos
para mostrar y decir, pero no dijiste nada
porque ¿cómo tomar terreno
si todos quieren enterrarnos?
Tenemos que creer que no tenían razón
que estaban equivocados,
¿por qué estaríamos aquí si no fuera así?
Crecimos y aprendimos a animar al oprimido
porque nos vemos reflejados en ellos,
provenimos una raíz plantada en la creencia de
que no somos lo que nos decían.
No somos esos carros vacíos abandonados a un lado de la carretera
y si de alguna manera lo somos,
no te preocupes,
sólo hay que salir a buscar algo de gasolina.
Nos graduamos de la carrera
A La Mierda Todos, Lo Logramos.
No a los ecos fatuos de voces que gritan
"los sobrenombres nunca te lastimarán"

Claro que sí,
me lastimaron.

Pero nuestras vidas siempre
continuarán siendo
un acto de equilibrio y balance,
que tiene menos que ver con el dolor
y mucho más que ver con la hermosura.

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