Una vez me pregunté por las poetas que escribieron durante el siglo XIX en México. A la ocasión me habían regalado dos antologías de poesía femenina y de Sor Juana al siglo XX había un trecho inmenso carente de nombres, de versos.
Pasó el tiempo y es apenas que estando en Veracruz doy con algunos nombres, uno de ellos, Josefa Murillo.
Josefa Murillo en pocas palabras fue una chingona.
Nació en Tlacotalpán, vivió frente al río Papaloapan, y es por esto que su sobrenombre fue "La alondra del Papaloapan". Nunca abandonó su tierra, esto debido a la fragilidad que la condenaba el asma, si acaso, se cuenta que salió a Orizaba sólo para una visita médica. Sumándose la enfermedad, el ser una mujer de provincia complicó su entrada al mundo de la academia, del cual, se cuenta que estuvo más que deseosa de pertenercer. Josefa se limitó (y esta palabra es engañosa) a sólo leer libros, aprender francés (el momento literario al que pertenece es el romanticismo y la cultura francesa predominaba) y leer a Víctor Hugo en francés, ella solita, sin escuelas, sin maestros.
Su poesía tiene una sabiduría, de la cual, afirman que sólo la gente de campo puede hacerse. Versos donde fluyen árboles, nubes, estrellas y el agua en todas sus formas:
"Mi esperanza de amor se alzó ligera
como esa nube blanca,
flotó un punto en el cielo de la dicha,
y se deshizo en lágrimas."
Los animales también están presentes en su poesía, el ave, sobretodo, representa continuamente la libertad.
CONTRASTE
Sobre los troncos de las encinas,
paran un punto las golondrinas
y alegres notas al viento dan:
¿Por qué así cantan?...¿Qué gozo tienen?...
¡Es porque saben de donde vienen
y a donde van!
En este viaje que llaman vida
cansado el pecho y el alma herida,
tristes cantares al viento doy.
¿Por qué así sufro?...¿Qué penas tengo?...
¡Es porque ignoro de donde vengo
y a donde voy!...
No obstante y frente a tantas palabras tan bellas, quizá las que más me conmueven, son las siguientes por describir de algún modo a Josefa, quien pese a la crueldad de la vida que llevo, entre enfermedad y encierro, escribe:
"No es mísero el destino de las flores
que despedazó el viento..."
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