sábado, 7 de mayo de 2016

La mazorca de Rubén Bonifaz Nuño





Eclipse prenatal, escudo
contra el ojo del sol, herrumbre amarga
comedora de labios.

Y frente a rente, mi palabra
bien dada, mis maneras de pelado,
aunque me hagan sufrir, y mi agua fría
para bebérmela de madrugada.

Pues en verdad bien poco que tenemos:
nos calentamos apenas, nuestra cara
hacemos un momento, y nos lo vuelan
todo: la casa pobre, la morada
polvorienta del pobre; la cazuela.

Perdido su gobierno, su nobleza,
su oficio de señor, queda extranjero
el pobre, y sin paredes. Mi costado,
mi fraterna mazorca, mi familia.

Y entonces, ¿por qué lado,
a qué nopal me acojo, con qué espinas
me coso el alma al hueso, y en qué chile
me curto el corazón para mañana?

Prueba mi espejo su raíz, y calla
su máscara, y se mira desde el fondo,
en una calavera, la enjoyada
sal llameante en gotas, la lujuria
y el ademán metido de los ojos.

Y digo: mundo, cueva, mi agua firme;
mundo de gemas rojas, fruta roja
en capullo de agujas, mi biznaga.

Yo digo: lengua, piel de olor, alegradora,
o muslos rojos, cómplice, adyacente,
o mundo boqueando; fuego
para achicar la noche cuando aprieta.

Y frente a frente, desde el esqueleto
medular de los huesos, resollando,
mi condición de macho. Al fin que andamos
en lugar peligroso, y nadie olvida.

Donde empieza el que canta, y bien conocen
todos el canto. Bien lo saben.

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