martes, 10 de mayo de 2016

La medida de mi madre de Begoña Abad



Mi padre, a estas alturas,
escribe sus memorias
y yo pienso que cuando falte
no querré leerlas
por si acaso descubro
que no nos hemos conocido nunca.



No sé si te lo he dicho:
mi madre es pequeña
y tiene que ponerse de puntillas
para besarme.
Hace años yo me empinaba,
supongo, para robarle un beso.
Nos hemos pasado la vida
estirándonos y agachándonos
para buscar la medida exacta
donde poder querernos.



Mi madre no recuerda el nombre de su madre.
Ha olvidado el camino de regreso a la vida,
no sabe usar el peine, ni la cuchara,
se pone, casi siempre, la chaqueta al revés
y revuelve los cajones en su memoria,
pero siempre sonríe al escuchar mi nombre.

Mi madre no recuerda si tuvo algún amante,
si ha viajado muy lejos, si ha perdido algún tren,
dónde están sus anillos, si alguna vez fue guapa,
que le gustaba tanto el Chinchón y el café,
que las letras unidas tienen significado
y que el perro que amaba nos dejó ya hace un mes.

Mi madre me recuerda, sin amargura,
lo que yo he olvidado tan tontamente,
la oración de su abuela que me dormía
las canciones de cuna que me cantaba,
y unas romanzas moras que, en letanía,
desgrana mirando por la ventana.

Mi madre y yo sujetamos recuerdos olvidados
como podemos, a veces con dolor,
otras con risas, siempre con esperanza.



Sin acto de amor que me conciba,
sin madre que me espere,
sin saber para qué,
sigo empeñada en nacer
a cualquier hora,
de cualquier manera,
por olvidarme de los días
en los que nacía muerta
o en los que me moría
de a poquitos silenciosos.
Nacerme a cada paso
aunque sea de nalgas
y con dos vueltas de cordón
enrollado en el alma,
nacerme y respirarte...



Quiero que me comprendas,
abro el baúl de las palabras,
busco las que aprendiste de niño,
las más sencillas, las de diario,
¿recuerdas? "Mi mamá me ama".




La mano hábil desbroza,
sabia con los años
se mueve con destreza.
Arranca sin remisión
las peores hierbas.
Vuelve a repasar,
surco a surco,
titubea, se detiene, duda,
pero vuelve a desbrozar.
Teme haber arrancado,
en alguna ocasión,
un brote delicado que no vio,
que no reconoció,
porque el cansancio ciega.
Regresa, cada día más sabia,
al surco que conoce,
camina por él,
observa más despacio
y a la destreza,
a la sabiduría,
añade ahora la piedad.




Me preñaste de palabras
ojalá los hijos que nazcan
tengan tus ojos, tu mirada.
El abultado vientre se parece
a un globo terráqueo
en el que habitarán
los poemas que tú me escribiste.
Continuo caminando,
he decidido seguirte,
me transformo en tu sombra,
una sombra de abultado vientre
que rompa las leyes de la física.
He decidido que el hijo que nazca
compita sólo en el arte de amar
y le pondré tu nombre
y he decidido que inventaré un mundo,
un lugar con sol y agua,
sonde reine el silencio,
donde pueda llevarte conmigo
sin que nadie nos mire.
Cuando nazca lo hará entre dos luces,
la tuya y la mía,
entre dos brazos,
entre líneas,
intercalado,
entre besos
y versos.
Preñada de palabras me tienes.

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