sé que lo único vivido
se circunscribe a ti,
varón para mi amor,
varón para mi sed.
Fructificaste en mi vientre
cuando el luto paterno más dolía.
Marruecos fue nuestro hogar primero.
Allá se distraía el viento,
entre los aromas de la mimosa y el azahar.
Se inquietaba la noche
ante el ir y venir incansable
del mar contra los peñascos oxidados.
Se inquietaba la noche,
todo lo invadía un sabor de menta y sal.
Tus manos se deslizaban,
era como si mi piel infiltrara la tuya.
Crepitaban los leños en la chimenea,
serpenteaba la avidez,
la desesperación amorosa cuando tus labios
subían por mis muslos.
Las llamas de la hoguera
lamían suavemente los muros del fogón.
Estábamos en movimiento al compás de la música,
entonces, tú me dejabas hacer.
Era la palpitación universal del ritmo dentro de los cuerpos.
A toda velocidad, incesante,
el mar se estrellaba contra los acantilados
y caía desde la punta del grito desfallecido,
estirando en su espumoso fervor la piel de la arena.
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