La risa se ha vuelto la respiración y la sangre de la
sociedad humorística que es la nuestra. No hay manera de escapar de ella: la
risa es obligatoria, los espíritus quejumbrosos son puestos en cuarentena, la
fiesta se quiere permanente. Desde el mundo político a los medios de
comunicación y desde el colegio al club de la tercera edad, el traje de cómico
es de rigor. El humor universal, estandarizada, mediatizado, comercializado,
globalizado, conduce al planeta. ¡Pero esta risa es otra cosa que un rictus
obligado? Cuando ya no hay lo serio, ¡puede haber todavía risa? El mundo debe
reír para camuflar la pérdida de sentido. No sabe adónde va, pero va riendo.
Ríe para disimular. Esta risa no es una risa de alegría, el a risa forzada del
niño que quiere tranquilizarse en la oscuridad. Habiendo agotado todas las
certezas, el mundo tiene miedo, y no quiere que se lo digan; entonces
fanfarronea, se pretende cool y soft, ríe tontamente de cualquier cosa, sólo
para escuchar el sonido de su propia voz. Es en este sentido que el siglo XX
murió de risa, y que al mismo tiempo anuncia la muerte de la risa.
El Siglo XX muerto de risa, la era de la burla universal,
George Minois, traducción de José Miguel Barajas García
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