Hablo como quien habla
delante de sí mismo consumido.
Algo ya de mi muerte está aquí ahora.
Ya no me pertenece
la voz que está cantando a mis espaldas
y mi puro planeta está llegando
a ponerse debajo de mi planta
porque ande mi memoria entre su nieve.
Cierto es que llama fui, muy combatida
entre contrarios vientos
y no sé cuál de todos me ha apagado.
Más desasida estoy. Y aunque me duele
el sitio en que moraba
tan dulce oscuridad, voy asomando
un paso ya del cerco de mi sombra.
Cuando me inclino a recoger mi nombre,
nombre de soledad, cetro sombrío
y célibe corona,
sé que arrebato su laurel a un muerto
y me ciño la flor que no se mira,
que a otra le estoy hablando en estas voces.
Muerta la tengo en medio de mi brazos,
mi más honda, mi más amada víctima.
Me abandono a mí misma como a un muerto de sed.
Aquí me dejo. Y ya me estoy mirando sin ternura.
La casa donde amé.
La vista oscura y engañada de objeto.
Las guirnaldas de la fiesta extinguida.
Todo cuanto no era descendido
de mi más alto ramo,
de las aguas secretas y desnudas
y de la sola estrella, suavísima y cruel,
que me gobiernan,
aquí lo dejo, dulce y destruido.
Detrás quedan mis pasos derrocados.
Mi propia tierna y fútil estatura.
Es que me he deparado
la terrible alegría
de contemplar mi amor del dulce mundo
hecho ceniza
y de mirar mi cuerpo abandonado
como un jardín trivial, porque una noche,
oh ángel de pavor y de hermosura,
al abrirme el misterio
grave y resplandeciente de tus alas,
se me cayó del rostro la sonrisa.
Margarita Michelena
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