Quiero bien a la palabra viva:
alegremente por aquí brinca;
saluda con gentil reverencia,
es graciosa incluso en la torpeza.
Tiene casta, resopla denodada,
pues al oído del sordo se arrastra;
se ensortija y revolotea,
y todo cuanto hace deleita.
Pero la palabra es criatura tierna,
unos ratos sana, otros enferma.
Si quieres que su corta vida guarde,
has de ser con ella grácil y suave,
no manosearla ni maltratarla,
pues muere a veces por malas miradas.
Y entonces yace tan deforme,
tan exangüe, tan frío y pobre
su cadáver cambiado gravemente,
vejado por la agonía y la muerte.
Una palabra muerta es algo feo,
es un esquelético tintineo.
¡Qué asco de todas las artes mezquinas
que matan palabras y palabritas!
Esto no es un libro: ¿qué importan ellos,
qué importan esas mortajas y féretros?
Esto es una voluntad, una promesa,
una última rotura de pasarelas,
es un viento marino, un dejar anclajes,
un guiar el timón, un rugir de engranajes;
brama el cañón, blanco humea su fuego,
ríe el mar, lo monstruosamente inmenso.
Friedrich Nietzsche
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