Me anega esa sazón oscura y cálida de cafetal,
los muros de agua resbalando obstinados
los muros de agua resbalando obstinados
en menudas cortinas
y esa marea exótica, penetrante,
de verde alcohólico en tus montes.
Todo quedó allá.
Mi nervio, mi tenso músculo
enraizados en tu tronco voraz.
enraizados en tu tronco voraz.
¡Ah!, implacable e impecable jinete,
señor de los potreros,
señor de los potreros,
dueño de mi verano apocalíptico,
añoranza radiante en mi septiembre.
Yo no quiero
que pase sobre ti
su lengua el tiempo.
Que no se desdibuje esa plenitud escultural,
que la preserven de todo mal los dioses,
que no desbande tu maciza voz
el viento.
Perfecto mío, adéntrate en mi seno.
Escóndete en la gruta de mi lengua.
Súbete en mi palabra:
salta entero al papel.
Ojalá yo pudiera eternizarte
en la más alta catedral del viento.
Enriqueta Ochoa
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