viernes, 5 de febrero de 2016

Juventud: un fragmento




Es muy consciente de que su fracaso como escritor y su fracaso como amante van tan estrechamente ligados que muy bien podrían ser la misma cosa. Es el hombre, el poeta, el hacedor, el principio activo, y se supone que el hombre no debe esperar a que la mujer se le aproxime. Al contrario, es la mujer la que se supone que debe esperar al hombre. La mujer es la que duerme hasta que el beso del príncipe la despierta; la mujer es el capullo que se abre bajo la caricia de los rayos solares. A menos que se disponga a actuar, nunca ocurrirá nada, ni en el amor ni en el arte. Pero no confía en su fuerza de voluntad. Igual que no puede empujarse a escribir sino que debe esperar la ayuda de alguna fuerza del exterior, una fuerza que solía llamarse musa, tampoco puede obligarse a aproximarse a alguna mujer sin algún indicio (¿de dónde?, ¿de ella?, ¿de él?, ¿de arriba?) de que ella es su destino. Si se acerca a una mujer con otro ánimo, el resultado es un enredo como la desastrosa aventura con Astrid, un enredo del que trató escapar casi antes de que empezara.

Hay otra manera más brutal de decir lo mismo. De hecho, hay mil maneras: podría pasarse la vida escribiendo una lista. Pero la más brutal es decir que tiene miedo: miedo de escribir, miedo de las mujeres. Tal vez ponga mala cara a los poemas que lee en Ambit y Agenda, pero al menos están impresos, están en el mundo. ¿Cómo va a saber si los hombres que los escribieron se pasaron años debatiéndose con las mismas exigencias que él ante la página en blanco? Se debatieron, pero al final recuperaron la compostura y escribieron lo mejor que pudieron lo que tenían que escribir, y lo enviaron por correo y sufrieron la humillación del rechazo o la humillación equivalente de ver sus efusiones en fría impresión, en toda su pobreza. Del mismo modo, estos hombres habrían encontrado una excusa, por pobre que fuera, para hablar con alguna chica guapa en el metro, y si ella girase la cabeza o dejase caer algún comentario mordaz en italiano a alguna amiga, bueno, habrían encontrado el modo de sufrir el revés en silencio y al día siguiente lo habrían vuelto a intentar con otra chica. Así es como se hace, así es como funciona el mundo. Y un día, estos hombres, estos poetas, estos amantes, tendrán suerte: la chica, no importa la excelencia de su belleza, les responderá, y una cosa llevará a la otra y sus vidas se transformarán, las de ambos, y punto. ¿Qué más hace falta sino una especie de obstinación estúpida e insensata como amante y escritor unida a la buena disposición de fracasar una y otra vez?

Su problema es que no está preparado para el fracaso. Quiere una A, un alfa, o un cien por cien en cada intento, con un gran "¡Excelente!" al margen. ¡Ridículo! ¡Infantil! No tienen que decírselo: lo ve él solito. No obstante, no puede hacerlo. Hoy no. Tal vez mañana. Tal vez mañana estará de humor, tendrá valor.

Juventud, J. M. Coetzee.
Mondadori

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