domingo, 31 de enero de 2016

Un poema de Rubén Bonifaz Nuño





30

A mitad del frío de febrero,
con una esperanza de viento cálido
me alcanzó un primer anuncio, un fantasma
de la primavera concupiscente.

Ya de nuevo todas las cosas
habrán de empezar a buscarse
unas a las otras. Vendrán las noches
breves, los latidos bajo la tierra,
y los vegetales brazos, y el agua.

Y también nosotros nos abriremos
esta soledad, porque nos duele,
y perseguiremos nuestra ventura
a golpes de ciegos enfurecidos.

Qué triste resulta que no sepamos,
solos entre todo, la palabra
capaz de acercar lo que no tenemos.

Es cierto: sin duda se progresa:
apenas se está empezando, y se pueden
armar infiernitos que en una sola
llama precipiten al otro mundo
cuatrocientos mil infelices;
encender lucientes, perfectas máquinas
o quitar mejor las enfermedades.

¿Pero en dónde está lo que se ha ganado
para estar tranquilos, para vernos
para conseguir nuestra compañía?

Incompletos somos, mutilados horribles
que nos deshacemos buscando a tientas,
en otros, los miembros que hemos perdido.

En espejos rotos nos reflejamos,
en mustias imágenes fragmentadas,
y por las rendijas del reflejo
escurre, se pierde trágicamente
nuestra vida más preciosa y despierta.

Y es para sentarse a llorar de envidia
ver que en torno nuestro las pierdas,
la tierra, las plantas, los animales,
armoniosamente se consuman,
se juntan tranquilamente, relucen
de tan firmes, cantan de tan seguros,
mientras nos quebramos nosotros.


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