miércoles, 10 de mayo de 2017

Más poemas para la madre



MADRE

Madre nuestra
Que estás en cualquier parte
Recuerda que también
nosotras nacimos como tus hijas
Y que nunca hemos sido amadas.

Fuimos desterradas del Padre
Ganándonos cada día
Con el trabajo del cuerpo
El pan, la ropa y las cobijas.

Nunca santificaremos nada
Porque también en el cielo hemos sido
rechazadas

No tendremos nunca el reino
Porque por malas, sucias, adúlteras y
pecadoras
Ya fuimos estigmatizadas

¿Qué más da, si nos queda voluntad?
Poco o nada como opción tenemos ya
Ni el cielo ni la tierra serán nuestra morada

Líbranos del mal, de sabernos humanas
Y que de vanidad de pensar
Que para este mundo
Somos necesarias.
Amén.


NURYA GONZÁLEZ RUIZ





TRAZOS PARA UN RECUERDO

A mi madre


Cuando más me parezco a lo que es la ceniza –sólo gris despedida, disuelta sequedad– humedezco mi boca envejecida por nombres y palabras en una, en una sola siempre joven, como en un vaso de agua matinal. Esa palabra viene como la primavera, con dos manos azules, para tocar el sitio donde todo lo verde tiene puesta su verde memoria de volver. Y es como una de esas mañanas caídas de repente, como una loca y total claridad que devuelve los árboles, encalla en los espejos, sacude la hierba del polvo oscuro de la noche y tiende en el cielo brazadas de nubes para que una niña piense: “La ropa de los ángeles limpia y puesta a secar”. (Eso era lo que pensaba aquella niña de otro tiempo y otro lugar VI que tenía un perro oscuro, una yegua blanca y casi ningún motivo para llorar.) Esa palabra se llama agua, se llama tierra, se llama hilo y manzana, es la rana en medio de la charca y es aquel árbol y su manera de cantar. Es también la flor que estuvo en el prado abierta y misteriosa, como una verdad. ¿De dónde viene el húmedo estribillo que entreabre los tréboles con su olor a verano? No lo sé. Y aquí está. Con aquel gran gato dorado como un ovillo de sol. Con aquel pez jugando a que ardía bajo el agua y cruzaba rayando de granada su sala de cristal. Si yo pudiera decir esa palabra todo me rescatara del invierno, todo me lavara de esta sal. Sé que está allí donde ella estaba y ya no está. Sé que está allí donde me arrepiento y no quisiera haber hecho el mal. Sé que está en la memoria de mi alma y está bajo una piedra que no quiero mirar. Sé que está donde se hacen mis lágrimas donde se alzó mi casa, donde mi hermano canta cuando tengo otra edad y no pienso en la muerte y ato los días como un ramo de flores y los pongo en mi delantal. Sé que está entre unos libros viejos y una tenue escritura y un retrato de niebla, y una lección de música, y unos domingos claros, y unas alas de polvo, y unas matas de mirto, y un enterrado aroma de albahacas y de azar. Sé que está entre unas manos que me quisieron y ya no he de tocar. En todo lo que amo, en eso que me duele y tiene la forma de mi soledad. Es el rostro del eco. La espalda de la dicha. Es un camino que sólo lleva hacia atrás. Y que me voy, me hechiza y me detiene y me quiere llevar allá donde yo jugaba y mis perros corrían y la vida nunca se iba a acabar. Aquí estoy. Donde no hay más adelante y tampoco se puede regresar. Con la palabra entre unos labios que ya no la saben pronunciar. ¿Qué hago con estas flores secas en la mano? ¿Qué hago ante esta casa demolida, ante esta puerta de sal, ya caída y para siempre sellada, por donde nadie más entrará? Muchos ojos me han olvidado. Ojos me han olvidado. Ojos que yo cerré como ha cerrado el tiempo el ojo de este umbral. Detrás de mí, la muerte. Y delante también. Siento que no conozco a nadie de esta hora, que todos acaban de llegar.


MARGARITA MICHELENA





CASA EN RUINAS (fragmento)


En la última carta que escribí a mi madre no sé cómo con qué signos pero le hablé del árbol que plantamos No espero una respuesta si acaso yo pudiera desear algo sería una foto suya Pero le hablé del árbol y de su gris contorno contra el cielo de la bondad con que calla de la amargura con que se va dejando morir y mi instinto me dice él, que siempre responde aunque no lo espere, que por la tarde dentro de algunos meses mi madre tomará la carta y sabrá de toda la desesperación con que la extraño.

ARLETTE LUÉVANO






A TUS PIES OFRENDO MADRE...

A tus pies ofrendo Madre la servidumbre de mis reproches quémala la carcoma de repetirme en la misma letanía de dolor quémala la turbia resaca de remordimientos quémala la viciosa costumbre de esperar lo improbable quémala la excusa del miedo que paraliza cobarde quémala la bastarda disculpa del amor rechazado quémala la mezquina astucia de apresar el tiempo quémala la distorsión que se juzga fiel certera quémala la calculada incapacidad de reparar el daño quémala quema las escorias que lazan mi vuelo y bendice Madre lo que aún me queda por andar…


ESTHER SELIGSON

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