Mi mano izquierda vivirá más tiempo que la derecha.
Los ríos de mis palmas me lo dicen.
Nunca discutas con ríos.
Nunca esperes que sus vidas terminen juntas.
Pienso que rezando, aplaudiendo es como las manos lloran.
Y pienso que esperar y quedarse hasta que las pinturas suspiren es ciencia.
En otra dimensión esto es exactamente lo que está pasando.
Es sobre lo que escriben las subvenciones: la cromodinámica de los silbadores tristes,
la audible pena y la decadencia beta del Viejo Puente de Battersea.
Me gusta la idea de lo diferente
allí y en otros lugares, un Idaho conocido por su pasto azul, un Bronx donde las personas
hablan con perfume a violetas.
Tal vez, estoy en un lugar paciente, de alguna manera
amable, tal vez en el rincón
de un universo paralelo donde nunca profané ni traicioné a alguien.
Aquí tengo dos manos y están desapareciendo
el hueco de tu espalda contra el cual descansa mi barbilla,
tu voz y un poco más que mi asiduo miedo a acariciar.
Mis manos están enredadas como una telaraña deshecha por el viento,
como si apretaran algo en el útero pero no pueden aguantar.
Uno de esos otros mundos o una vida que sentí
pasar a través de la mía, o el océano al interior del vientre de mi madre
que extrajo en un grito. Aquí cuando digo "No quiero estar sin ti nunca"
en algún otro lugar también digo "No quiero estar contigo otra vez".
Y cuando te toco en cada uno de los lugares que conocemos,
en todas las vidas que somos, son con manos que están muriendo y resucitan.
Cuando no te toco es un error en alguna vida, en alguna parte y por siempre.