miércoles, 26 de noviembre de 2025

Un poema de Osip Mandelshtan

Se me dio un cuerpo – ¿quién me dice para qué? Es sólo mío, sólo él. La alegría apacible: poder respirar, vivir. ¿A quién darle las gracias? Debo ser el jardinero, debo ser también la flor. Aquí en el calabozo del mundo no estoy solo. El cristal de la eternidad exhala mi aliento, mi calor. El dibujo en el cristal, la letra: no la lees, no la reconoces. Aunque el vaho desaparezca pronto, el delicado dibujo permanece. Osip Mandelshtam

sábado, 22 de noviembre de 2025

Resplandor

Vendaje blanco y con mi rostro aun marcado esperas en silencio y expectante. Cuando estoy bien cuando estoy trabajando me olvidas por completo, vendaje y te repliegas en la esquina de mi armario. Ay… pero cuando estoy herido y doliente te estiras y me enrollas, vendaje y sosiegas mis lesiones y me abrazas con tu calidez eres mi único protector. Cualquiera puede medir la longitud de unas vendas pero yo, ahora agradezco y me hundo en el profundo e incalculable amor de mi vendaje.
Poema de la colección póstuma de Arai Shin’ichi, escrita en el invierno de 1934, año en el que murió en el parque Nagashima Aisei. Traducción de Matías Chiappe Imagen: Leproso por Lazaro Konrad Von Soest

lunes, 27 de octubre de 2025

La correa de Ada Limón


Lek Chan

Después del parto de bombas de horcas y miedo,

las frenéticas armas automáticas desplegadas,

el rocío de balas en una multitud cogida de manos,

ese crudo cielo abriéndose en fauces pizarra metalizado 

que sólo se tragan lo indecible en cada uno de nosotros,

¿qué queda? Hasta el río escondido en ningún lado

es de un anaranjado venenoso y ácido por una mina de carbón.

¿Cómo puedes no temerle a la humanidad, querer lamer el fondo 

del arroyo hasta dejarlo seco, succionar el agua mortífera con tus

propios pulmones, como veneno? Lector, quiero decir: No mueras.

Aun cuando uno tras otro pez plateado emerja boca arriba, 

y el país caiga en picada en un cráter crepitante de odio, 

¿no queda acaso algo que todavía canta? La verdad: no lo sé.

Pero a veces, te juro que lo oigo, la herida cerrándose

como una puerta de garaje oxidada, y aún puedo mover

mis extremidades vivas en el mundo sin mucho sufrimiento,

puedo asombrarme todavía de cómo corre la perra hasta las 

camionetas como alma que lleva el diablo, porque cree que los ama,

porque está segura, sin duda alguna, de que eso que ruge fuerte 

la amará de vuelta, su mansa naturaleza viva de deseo por 

compartir su maldito entusiasmo, hasta que tiro de la correa para 

salvarla porque quiero que sobreviva para siempre. No mueras, 

digoy decidimos caminar un rato más, los estorninos febriles 

en lo alto sobre nosotras, el invierno viniendo a acostar su frío 

cadáver en esta pequeña parcela. Quizá nos la pasamos siempre 

lanzando nuestro cuerpo hacia aquello que nos ha de destruir, 

mendigándole amor al raudo paso del tiempo, y quizás, 

como la obediente perra a mis talones, podemos caminar juntos

tranquilamente, al menos hasta que pase la próxima camioneta.