jueves, 17 de enero de 2013

A la mujer del Prójimo

I
Llegó al cuarto entre asustada y no
su piel había memorizado calles
para que yo esta noche las caminase todas.
Llegó invadida de cebolla y pena,
de fiebre del pequeño y vecinas absurdas.
Llegó cansada de saludos breves,
preguntarse por qué a tanto silencio.
Necesitaba
que esta noche sus hombros arriben a otro puerto,
sus manos algo lejos del filo de la escoba,
su pelo rojo en otra almohada.
Entonces comprendí
que la mujer del prójimo es ajena,
incluso para él.

II
No unté mis ojos
con el paisaje de los tuyos,
ni desordené el día para que aparecieras,
ni he juntado tus ruidos con mi boca
para que no doliesen las preguntas,
ni siquiera
me llamo como dices, pero
puedes quedarte,
hay un poco de sopa, algo de vino,
afuera está lloviendo en otro idioma.

Jorge Boccanera

La niña del Mar

Un clásico infantil portugués, dulce y breve como una ola.


El mar es una prisión transparente y helada. En el mar no hay primavera ni otoño. En el mar el tiempo no muere. 

Sophia de Mello Breyner Andresen

viernes, 11 de enero de 2013

Un hombre es...

 Un hombre es lo que hace, lo que ama,
lo que pinta su voz con el aliento,
lo que construye su palabra al viento,
lo que desde sus manos se derrama.

Lo que florece en tierra o en escama,
lo que da al mundo desde el pensamiento:
trigo y harina, masa y alimento,
la letra impresa, el fruto en cada rama.

Un hombre, sobre todo, es el reflejo
del instante fugaz en que respira
el aire que lo va poniendo viejo.

Un hombre es esa imagen que suspira
cuando por fin descubre en el espejo
un ángel sosegado que se mira.




Carmen González Huguet 


El encanto oculto de la vida, Bakst 

martes, 8 de enero de 2013

Carta a Jesús Arellano




Desde hace años, Jesús,
el corazón me rebota loco entre las sienes
y ando por los rincones escondiendo al sollozo.
Estreno una sonrisa cada mañana
y pido limosna en todas las esquinas,
porque ¿quién va a prestarme su vida,
su amor, o su Dios?
Tengo que comprármelos yo misma, y no me alcanza.
Y todo esto que escondo y espero y que no llega,
es la razón que me desangra dentro.
A veces ocurre que de tan hambrientos
inventamos el sueño, la esperanza...
y mortalmente heridos, agonizamos por todos los hijos
que se nos quedaron dentro,
y por las palabras desquebrajadas,

presas entre los molares apretados del miedo;
las que luchan por sobrevivir
y a veces se nos caen de la boca
como un aborto ciego y doloroso.
Algo se rompe acá dentro y pienso,
me estoy vaciando viva.
Todos los adioses se agolpan y me miran
a mitad de la noche.
Tomo mi cobija de silencio, entonces,
y camino arrastrándola por los pasillos de la locura
y no me muero, Jesús,
y me siento a la orilla,
pidiendo se me ayude a balancear mi vida,
antes de irme
y tiemblo y nadie escucha, huyen con espanto,
mientras yo juego a la pelota con la muerte,
lanzándola como pequeña brasa de una mano a otra.
Y no me muero, Jesús, y no se muere una,
hace sólo el ridículo con su pequeña muerte
que es sólo una niña azorada,
llorando por todos los que de veras mueren sin
derecho.

Enriqueta Ochoa 

domingo, 6 de enero de 2013

Oración de un desocupado

Padre,
desde los cielos bájate, he olvidado
las oraciones que me enseñó la abuela,
pobrecita, ella reposa ahora,
no tiene que lavar, limpiar, no tiene
que preocuparse andando el día por la ropa,
no tiene que velar la noche, pena y pena,
rezar, pedirte cosas, rezongarte dulcemente.

Desde los cielos bájate, si estás, bájate entonces,
que me muero de hambre en esta esquina,
que no sé de qué sirve haber nacido,
que me miro las manos rechazadas,
que no hay trabajo, no hay,
bájate un poco, contempla
esto que soy, este zapato roto,
esta angustia, este estómago vacío,
esta ciudad sin pan para mis dientes, la fiebre
cavándome la carne,
este dormir así,
bajo la lluvia, castigado por el frío, perseguido
te digo que no entiendo, Padre, bájate,
tócame el alma, mírame
el corazón,
yo no robé, no asesiné, fui niño
y en cambio me golpean y golpean,
te digo que no entiendo, Padre, bájate,
si estás, que busco
resignación en mí y no tengo y voy
a agarrarme la rabia y a afilarla
para pegar y voy
a gritar a sangre en cuello
por que no puedo más, tengo riñones
y soy un hombre,
bájate, qué han hecho
de tu criatura, Padre?
un animal furioso
que mastica la piedra de la calle?



Juan Gelman 

sábado, 5 de enero de 2013

La forma de querer tú
es dejarme que te quiera.
El sí con que te me rindes
es el silencio. Tus besos
son ofrecerme los labios
para que los bese yo.
Jamás palabras, abrazos,
me dirán que tú existías,
que me quisiste: Jamás.
Me lo dicen hojas blancas,
mapas, augurios, teléfonos;
tú, no.
Y estoy abrazado a ti
sin preguntarte, de miedo
a que no sea verdad
que tú vives y me quieres.
Y estoy abrazado a ti
sin mirar y sin tocarte.
No vaya a ser que descubra
con preguntas, con caricias,
esa soledad inmensa
de quererte sólo yo.


***
Tú no puedes quererme:
estás alta, ¡qué arriba!
Y para consolarme
me envías sombras, copias
retratos, simulacros,
todos tan parecidos
como si fueses tú.
Entre figuraciones
vivo, de ti, sin ti.

Me quieren,
me acompañan. Nos vamos
por los claustros del agua,
por los hielos flotantes,
por las pampas, o a cines
minúsculos y hondos.
Siempre hablando de ti.
Me dicen:
"No somos ella, pero
¡si tú vieras qué iguales!"
Tus espectros, que brazos
largos, que labios duros
tienen: si, como tú.

Por fingir que me quieres,
me abrazan y me besan.
Sus voces tiernas dicen
que tú abrazas, que tú
besas así. Yo vivo
de sombras, entre sombras
de carne tibia, bella,
con tus ojos, tu cuerpo,
tus besos, si, con todo
lo tuyo menos tú.
Con criaturas falsas,
divinas, interpuestas
para que ese gran beso
que no podemos darnos
me lo den, se lo dé.

Pedro Salinas

Apuntes sobre la escritura: Hemingway





Siempre trato de escribir de acuerdo al principio del iceberg
Hay nueve décimos bajo el agua por cada parte que se ve de él. Uno puede eliminar cualquier cosa que sepa, y eso sólo fortalecerá el iceberg. Si un escritor omite algo porque no lo sabe, entonces habrá un agujero en su relato.


jueves, 3 de enero de 2013

El fino arte de la risa


Todos los auténticos novelistas están a la escucha de esa sabiduría suprapersonal, lo cual explica que las grandes novelas sean siempre un poco más inteligentes que sus autores. Los novelistas que son más inteligentes que sus obras deberían cambiar de oficio.

Pero ¿en qué consiste esta sabiduría? ¿Qué es la novela? Hay un admirable proverbio judío que dice: El hombre piensa, Dios rie. Inspirándome en esta sentencia, me gusta imaginar que François Rabelais oyó un día la risa de Dios y que así fue cómo nació la primera gran novela europea. Me complace pensar que el arte de la novela ha llegado al mundo como eco de la risa de Dios.  ¿Por qué ríe Dios al observar al hombre que piensa? Porque el hombre piensa y la verdad se le escapa. Porque cuanto más piensan los hombres más lejano está el pensamiento de uno del pensamiento de otros. Y finalmente, porque el hombre nunca es lo que cree ser.

[…]

François Rabelais inventó muchos neologismos que luego entraron en la lengua francesa y en otros idiomas pero una de estas palabras fue olvidada y debemos lamentarlo. Es la palabra agelasta; su origen es griego y quiere decir: el que no ríe, el que no tiene sentido del humor. Rabelais detestaba a los agelastas. Les temía. Se quejaba de que los agelastas fueran tan “atroces con él” que había estado a punto de dejar de escribir y para siempre. No hay posibilidad de paz entre el novelista y el agelasta. Como jamás han oído la risa de Dios los agelastas están  convencidos de que la verdad es clara, de que todos los seres humanos deben pensar lo mismo y de que ellos son exactamente lo que creen ser. Pero es precisamente al perder la certidumbre de la verdad y el consentimiento unánime de los demás cuando el hombre se convierte en individuo.

Milan Kundera, El arte de la novela.

martes, 1 de enero de 2013

Gertrudis

¿Te platico, Gertrudis? Bien, te platico. Tenía ocho años. Me encontraba en el norte del país muy cerca de la playa. Aquellas fueron mis primeras y últimas vacaciones en familia, había viajado desde Aguascalientes hasta Nuevo Laredo en  la parte trasera de una madrina (no, no crea usted que iba en el culo de algún pariente, mucho menos un ser mitológico, sino un gran trailer en el cual transportan autos). Luego de que asaltaran el hotel barato en que nos hospedábamos, mi padre nos llevó a uno un poco más seguro y adivina... con piscina. Sabes, Gertrudis, nunca he estado en el mar. Nunca. Así que era mi deseo ir al mar, pero no fuimos, o si a ir le llamas estar parada unos segundos viendo las olas desde el auto...Entonces, puedes decir que fui, pero yo no lo afirmaría. Total, ¿recuerdas que en mi hotel había una piscina? Pues adivina, en la piscina habían dos tortugas. Muy grandes, más que tú. Estaba soleado, la piscina era de unos tres metros de profundidad y para mis ojos párvulos, parecía todo un océano. Una inmensidad turquesa tejida de luz en el fondo y aquellas dos esmeraldas gigantes nadando en ella. Y así fue, Gertrudis, que me empezaron a atraer las tortugas. Después, dada mi torpeza y lentitud, sin ofenderte, sentí todavía más afinidad hacia ellas.