lunes, 26 de diciembre de 2016

Bestiario íntimo de Mirta Rosenberg



Si alguien querría ser una tortuga
sería yo:
hacer de una sección cónica
mi propia sede prehistórica
alojada en la espina dorsal.

Ser tortuga
tiene algo de ideal:
desde joven luce arrugas
y en sentido literal
se hace mayor con los años
– a más edad
más tamaño.
Post-matrimonial,
sin lazos familiares
después de desovar,
igual a todas y cada una,
naturalmente hija de la luna,
sin embargo
no hay cisma
entre ella misma y sus lares.


Entre tantos avatares,
para mí
que estoy en mí
– puro apremio sin molicie –,
poco cuenta que sea lenta
su marcha en la superficie:
eso
me haría durar
y capaz de entrar al mar,
– que cubre dos tercios del mundo –
sabiendo que si me hundo
gano velocidad.

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