miércoles, 15 de febrero de 2017
Somos pasto donde la luz madura de Enriqueta Ochoa
En esta momentánea eternidad
alzaste el corazón y lo sajó el tiempo.
Todo se va de paso, en su justo segundo.
Se llena un mismo sitio de improviso;
luego sigue su curso el agua
que colma de infinito
y nos arrastra hacia esa suerte ignota
que hoy te desmiembra el nervio
y arranca el grito de cierva vulnerada.
¡Qué fugaces, qué solos,
qué iguales, Señor mío!
Descansa,
reclina la tensión de arco en lágrimas,
sobre el callo de mi corazón ciego y remendado.
Manará, si allí escarbas con tino,
algún hilo de miel;
y desde este mirador verás tan viejo al mundo,
pero viejo adorable,
trastabillando, ebrio de soledad,
por la zanja de una abismal herida;
perdido en el galgo oscuro
de sus zapatos rotos.
O bien,
tan niños como una hoja en blanco
astronauta vestido de rocío
paciendo entre la hierba de los astros;
girando en la ruleta del espacio.
La cosmonave Soyus, hoy en órbita,
mañana en posesión, tal vez.
Así, viejo y joven el mundo
sin moverse pasa.
Con el pie en el estribo, rumbo a la muerte
llegamos:
cuestas, túneles, empinadas planicies...
Silba el tren,
se agita el pañuelo desgarrado que somos.
Vamos muertos en pie,
la sangre hundida;
muertos a golpe de silencio,
pero frenéticos, pegados hasta el final sombrío.
Es todo, hermana,
oscuro fuego de Dios que nos comprueba,
hambre que se endereza desfallecida
y bebe lágrimas;
fluir sin desprenderse.
Un ir quedándonos doblados
bajo el dulce peso de la mano suprema.
Espera quieta,
somos pasto donde la luz madura.
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