para servir de espejo a tu ramaje.
Sauce, ¿no tienes sed? ¿Te gusta el traje
que el sol me ha puesto? ¿Qué ansiedad secreta
te hace inclinar los gajos pensativos?
¡Eres tan claro, sauce, y tan hermoso!
Susúrrame tu pena. Ve: yo vivo
pendiente de tu angustia o de tu gozo.
Grano por grano roeré la tierra
que tus raíces avarienta encierra
impidiendo que te hundan en mis ondas.
Cuando te alces en medio de mi río,
¿qué suprema embriaguez sentirte mío
y circular bajo tus verdes frondas!
¿Dónde?, Juana de Ibarbourou
Inclinada en tu orilla, siento como te alejas
trémula como un sauce contemplo tu corriente
formada de cristales transparentes y finos.
Huyen contigo todas las nítidas imágenes
el hondo y alto cielo
los astros imantados, la vehemencia
ingrávida del canto.
Con un afán inútil mis ramas se despliegan,
se extienden como brazos en el aire
y quieren prolongar en bandadas de pájaros
para seguirles a donde va tu cauce.
Eres lo que se mueve, el ansia que camina,
la luz desenvolviéndose, la voz que se desata.
Yo soy solo la asfixia quieta de las raíces
hundidas en la tierra tenebrosa y compacta.
Allá está el mar que no reposa nunca,
allá el barco y la vela infatigable,
los breves edificios de la espuma
las olas retumbando y persiguiéndose.
con el cabello y la canción flotantes
en lúcidos pendones musicales.
Yo quedaré dormida como el árbol
al que lo abrazan hiedras de amorosa frescura,
ni corona las vidas
ni rasga su corteza verdes retoños tiernos.
Y estaré ciega, ciega para siempre
frente al asombro de mi espejo roto.
Si alguna vez me inclino como ahora
con un ademán trémulo de sauce
habrá de ser para asomarse en vano
al opaco arenal que abandonaste.
Primera Elegía, Rosario Castellanos
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2
Aquí tienes mi mano, la que se levantó
de la tierra, colmada como espiga en agosto.
Aquí están mis sentidos
de red afortunada,
mi corazón, lugar de las hogueras,
y mi cuerpo que siempre me acompaña.
He venido, feliz como los ríos,
cantando bajo un cielo de sauces y de álamos
hasta este mar de amor hermoso y grande.
Yo ya no espero, vivo.
11
Me quedo en las palabras
igual que en un remanso, contemplando
cielos altos, profundos y tranquilos.
Por nada cambiaría
mi destino de sauce solitario
extasiado en la orilla.
Si alguna vez me voy me iré llevando
una mirada limpia
donde los otros beban el resplandor ausente.
12
El que buscó mi mano
para cortar racimos,
deje mi mano suelta
sin fruto y sin anillo.
El que llamó a mi cuerpo
para nacer, se calle.
No ponga en mi cintura
la guirnalda de madre.
Adiós, adiós los nombres,
las máscaras, la casa.
Yo no soy, yo no soy
más que un pequeño cauce amoroso del agua.
Misterios Gozosos, Rosario Castellanos
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¿Ustedes creen que las márgenes de un río sufren por dejarlo correr?
Frida Kahlo
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