domingo, 20 de septiembre de 2015

Enriqueta Ochoa y Xalapa (Segunda Parte)

Distintos poemas de Enriqueta podrían hacernos pensar en Xalapa, pero son dos poemas en específico donde ella habló de esta ciudad, de estridentópolis, ciudad que ha marcado a otros poetas como Porfirio Barba Jacob, quien escribió su Nocturno de Jalapa. 

Otro poema que tiene imágenes que remiten un poco a Xalapa, pero que no incluiré aquí ya que sólo algunas partes parecen remitir a esta ciudad, es uno que dedicó a Jorge Lobillo poco antes de su muerte y es posible leerlo AQUÍ. Otro poema, en el que, quizá es un poco aventurado decir que recuerda a Xalapa por las imágenes con que construye al amado, sería "Perfecto mío, señor de los potreros".

Los primeros "Cuadros de Jalapa..." fueron publicados en 1975, de acuerdo con la última antología del total de la obra de Enriqueta; por su parte, estos "Nuevos Cuadros de Jalapa bajo la lluvia" fueron publicados por primera vez en 1984 en Bajo el oro pequeño de los trigos.

Con este segundo poema doy por terminada esta brevísima reunión de poemas. 

Fotografía tomada de la revista Alforja, no. 39.


NUEVOS CUADROS DE JALAPA BAJO LA LLUVIA

Para Jorge Lobillo




Desde el puente de Xalitic
qué traslucido el viento
bajo el vaho lechoso de la niebla
que se desprendía de los jinicuiles,
mientras el agua oscurecía
las baldosas de los callejones,
culebras de luz
por donde escurrían cuesta abajo,
los hilos de la lluvia.

II

El potro de la noche cabalgaba
con las crines al viento,
con los ijares mojados de chapotear en la luna.
Sus cascos enfebrecidos
hundían a los astros tiernos
en el césped del espacio
y los hacían caer en millones de estrías
sobre los adoquines mojados del patio.
Pertinaz,
la lluvia seguía
con su voz de vidrio desmoronado.

III

Allá fue el amor.
Empapados de lluvia
entraban los días por la ventana
exhalando frescura,
sacudiendo su ramaje recién lavado.
Allá fue el amor.
Se nos iba la fuerza en cada roce de piel,
derretidos los huesos hasta el gemido
abierto como un ¡ay! de luz
que se disparaba desde el centro mismo de la vida.
Nunca quise encerrarlo
bajo el candado cotidiano de la pertenencia,
por temor de que me lo saqueara,
brutalmente, el tiempo.


IV

Deshojada en cristales leves,
se quedaba Jalapa
desparramándose en el viento
con ojos de eternidad.

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