jueves, 22 de octubre de 2015

Elegía: otro poema de Miguel Guardia




Desde niño aprendí que todas las cosas del mundo
tienen un fin y una causa y un sitio inalterables.
Así lo creyeron mis padres y me lo enseñaron,
y mis abuelos lo creyeron, y yo lo creí.

Nada ha sido modificado desde entonces:
la soledad existe para que hombres y mujeres
sientan el deseo de estar acompañados
y nazca, así, el amor, naturalmente.
Y las tardes fueron hechas para que los recuerdos
se agudicen, y dejen la suave melancolía
del pasado. Porque sólo esto, y no otra cosa,
es, a veces, la felicidad.

Y el poder existe para enseñar a los vencidos
que la mansedumbre es una hermosa virtud
y la humildad y el conformismo timbres de grandeza.

Y si las hojas de los árboles, volando
amarillentas, caen de los árboles en otoño,
sólo es para recordarnos la muerte de un año más.

Y la primavera y la lluvia y el viento
y el deseo de hacer algo grande y maravilloso
y las mariposas y el mar y la miseria
y el ritmo de la sangre y la rebeldía,
todo está hablándonos de un orden perfecto.
Nadie osará romperlo. Nadie lanzará la piedra
que altere la tranquila superficie de la vida.

Porque más sabios que nosotros fueron nuestros padres,
que miraron, con la misma parsimonia,
sus recuerdos felices y la triste desnudez
de los niños ajenos, en las calles;
o el vuelo repentino de las hojas
y el agrietado seno de una madre. Y seco.

Que nadie alce la voz. Que nadie llore.
Que nadie intente conmover a nadie:
escriban los poetas sus cantos de amor,
porque consuelan a quienes no ha sido entregada
una sola palabra de ternura que callar;
den a luz las mujeres, porque –tal vez- de sus hijos
nacerán, algún día, la justicia y el consuelo;
que los hombres melancólicos permanezcan
con las manos dulcemente cruzadas sobre el pecho;
que los mansos inclinen la cabeza,
y que todos aborrezcan el pan de cada día
porque al sudor ya le han mezclado sangre y amargura.

Que todo siga igual, que cada cosa se conserve
en el sitio que le ha marcado la costumbre:
no cometamos el error de ser sentimentales
porque ningún hombre es lo bastante fuerte
para alterar, él solo, los designios.

Pero que por lo menos alguien diga
que no ha muerto del todo la esperanza…

Y yo voy a decirlo. Y que somos una raza noble,
generosa, grande para el dolor y el infortunio.
Y también que cuando tengamos en las manos
el verdadero amor y el odio verdadero
nadie nos detendrá. Nada ni nadie.
Yo, que sólo tengo palabras y un poco de poesía
que poner en ellas; yo, que no sé quién soy,
de dónde he venido; que no quiero el lugar
que sin duda alguna se me tiene asignado,
yo nada más quisiera convertirme,
a cambio de lo que no puedo dar ahora,
en tierra, en pueblo, en aire de las boca
que un día reclamarán justicia; en el nervio
de las manos que un día tomarán justicia,
en el corazón de los hombres que algún día
van a buscar y a conseguir justicia,
cuando llegue el momento.

Yo voy a estar ahí. Yo podré verlo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario