A Rigoberto Ávila
Sucede a veces,
que uno se enamora de los árboles
por la sombra que producen
la fuerza de sus ramas
o la dulzura de sus frutos.
Sucede también, a veces,
que el árbol que uno ama
se convierte en hombre
y uno ama sus ideas
sus labios
su corazón
sus brazos
o el sexo
(porque los árboles tienen sexo).
Y sucede después, a veces,
que el árbol que uno ama
está tan cerca que asombra
asusta.
Deja de ser un árbol
y parece un sol
que deslumbra los ojos enamorados.
Y sucede entonces, a veces,
que uno no sabe
si cerrar los ojos y esconderse
o contemplar al árbol-hombre-sol
hasta quedarse ciego.
Irma Pineda
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