viernes, 30 de diciembre de 2016

En la isla de pascua de William Ospina






Olvidarías esta isla si no fuera por su atrocidad y su belleza, 
por el furor de nuestros rituales y la pasión de nuestros cuerpos,
por sus estanques de fiebre y sus colinas embrujadas,
por esas inmensas cabezas de piedra que miran a las estrellas,
por esos ojos de piedra cuyo horario es lo eterno,
y que cada mil años parpadean.

olvidarías la isla, porque no hay nada más ajeno y más solo.
Este es el más perdido país de los mares.
Mucho tiempo navegarás alrededor sin encontrar una región con  hombres,
sólo el extenso abismo del Pacífico
que efunde estrellas y devora estrellas
y que no explica sus borrascas.

pero en esta remota cumbre que apenas emerge del populoso abismo del mar
una raza extraviada y solitaria labró esos desvelados seres de piedra
que son imagen del desamparo y son imagen de la esperanza.

Los poderes del turbio cielo sólo responden a una larga paciencia,
y el hombre es tan fugaz, que aunque mirara al cielo la vida entera
con ojos de pez, con ojos sin párpados,
no alcanzaría a descifrar una sola palabra del cuádruple abismo.

Si te hicieras de piedra, si tu vida fuera tan lenta como la vida de la piedra,
si tu corazón sólo tuviera la imperceptible palpitación del peñasco,
quién sabe qué verían tus quietas pupilas en la vertiginosa danza del cielo.
Tal vez la piedra lo sabe todo ya, y por eso está inmóvil,
y tú te agitas en la nerviosa hoguera de la carne porque todo lo ignoras.

Estos seres de piedra miran a las estrellas
y su oficio es espera y asechanza,
porque la isla está sola, porque la ciñen sucesivas inmensidades,
ojo de pez en la extensión sin límite de las escamas de agua,
apenas recordados por el tiempo y la estrella.

Olvidarías esta isla, la isla más sola, el rincón más distante,
si no fuera por su paciente rebaño de seres de piedra
que interminablemente esperan una señal del cielo,
una voz o una aniquilación o una nave,
pero la soledad que dicen sus rostros inmóviles
no es sólo la de un arrecife escondido en el amontonamiento de las borrascas,
es la angustiada espera de una raza perdida en un pequeño planeta solitario
bajo la inexpresiva niebla de las galaxias.

jueves, 29 de diciembre de 2016

Muerte en Teherán


En cierta ocasión, un poderoso y rico persa paseaba por el jardín con uno de sus criados visiblemente turbado ante la vista de la Muerte, una Muerte que le había amenazado. Suplicaba a su amo le prestara un caballo veloz para apresurarse a llegar a Teherán aquella misma tarde. El amo accedió y el sirviente se alejó al galope.

Al regresar a casa, el amo también se encontró con la Muerte y le preguntó: ¿por qué has asustado y aterrorizado a mi criado?

La Muerte le respondió: Yo no he amenazado a tu criado, sólo mostré mi sorpresa al verle aquí, cuando en mis planes estaba encontrarlo esta noche en Teherán.


Anónimo

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Diarios del cáncer de Audre Lorde


Esta es una traducción mía de The cancer journals, libro que recupera un testimonio sensible y poderoso de la enfermedad, escrito por la poeta y feminista Audre Lorde. Me decidí a transcribir y traducir algunas entradas. De antemano me disculpo por los errores.




4/16/79

La enormidad de nuestra tarea, transformar el mundo. Se siente como si mi vida cambiara de adentro hacia afuera. Si pudiera mirar directamente a mi vida y a mi muerte sin encogerme, sabría que no hay nada puedan hacerme nuevamente. Debo contentarme con ver cuán pequeña soy y cuán poco puedo hacer, y aún así hacerlo con el corazón abierto. Nunca podré aceptar esto, del mismo modo en que no puedo aceptar que el cambio en mi vida sea tan drástico: comer diferente, dormir diferente, moverme diferente, ser diferente. Como dijo Martha, quiero a la vieja yo como nunca antes. 


4/22/ 79

Debo dejar que este dolor me atraviese y se desvanezca. Si me resisto o intento detenerlo, explotará dentro mío, me despedazará y lanzará mis pedazos contra cada pared y cada persona que toque.


10/3/ 79

Yo no siento que esté siendo fuerte, pero, ¿acaso tengo alguna opción? Duele cuando incluso mis hermanas me miran en las calles con ojos fríos y silenciosos. Estoy definida como la otra en cada grupo al cual pertenezco. La extraña, fuerte y a la vez débil. Aunque sin la comunidad, ciertamente no existe ninguna liberación, ni futuro, sólo el más vulnerable y temporal acuerdo entre mi opresión y yo.


11/19/79

Quiero escribir con furia pero todo lo que sale de mi pluma es tristeza. Hemos estado tristes lo suficiente como para provocar el llanto de la tierra o hacerla más fértil. Soy un anacronismo, una rareza, como la abeja que no fue hecha para volar. La ciencia lo confirma. En teoría, yo no podría existir. Cargo la muerte en mi cuerpo como una condena pero aún así estoy viva, vivo. Las abejas también vuelan. Debe existir una manera en la que podamos integrar la muerte en la vida, sin ignorarla o rendirse ante ella. 


1/1/80

"Fe" es el último día del Kwanza, y el nombre de la guerra contra la desesperanza, la batalla que libro diariamente. Me he vuelto mejor guerrera. Quiero escribir sobre esa batalla: las escaramuzas, las pérdidas, las pequeñas pero tan importantes victorias que conforman la dulzura de mi vida.  


1/20/80

La novela está al fin terminada. Ha sido un salvavidas. No tengo que ganar con el fin de validar mis sueños, sólo tengo que creer en un proceso del cual formo parte. Mi trabajo me mantuvo viva el año pasado, mi trabajo y el amor de las mujeres. Ambos son inseparables el uno del otro. En el reconocimiento de la existencia del amor reside la respuesta a la desesperanza. El trabajo es ese reconocimiento dotado de una voz y un nombre.  

lunes, 26 de diciembre de 2016

Bestiario íntimo de Mirta Rosenberg



Si alguien querría ser una tortuga
sería yo:
hacer de una sección cónica
mi propia sede prehistórica
alojada en la espina dorsal.

Ser tortuga
tiene algo de ideal:
desde joven luce arrugas
y en sentido literal
se hace mayor con los años
– a más edad
más tamaño.
Post-matrimonial,
sin lazos familiares
después de desovar,
igual a todas y cada una,
naturalmente hija de la luna,
sin embargo
no hay cisma
entre ella misma y sus lares.


Entre tantos avatares,
para mí
que estoy en mí
– puro apremio sin molicie –,
poco cuenta que sea lenta
su marcha en la superficie:
eso
me haría durar
y capaz de entrar al mar,
– que cubre dos tercios del mundo –
sabiendo que si me hundo
gano velocidad.

sábado, 24 de diciembre de 2016

Morir en Benarés - Chantal Maillard



Faltan dos días para la Navidad. La Navidad solamente ocurre en nuestra memoria y tal vez en un lugar lejano que también se aloja en la memoria. Puede que allá estallen villancicos o se entonen cantos gregorianos; aquí, como cada tarde, el sonido de campanas, platillos y caracolas se eleva desde la multitud de templos que bordean el Ganges. Al margen de la memoria, alguien, aquí, existe levemente.

Debió tener nombre alguna vez; nosotros nunca lo supimos. Bajo nuestra ventana, a dos pasos de la puerta, vive desde hace dos años entre cuatro paredes de hojalata: improvisada habitación sobre ruedas que en otro momento debió servir de quiosco a un vendedor de tchai. Renunció a todo para morir cerca del río sagrado y romper así la rueda de sus reencarnaciones. Nadie que no pertenezca a la casta brahmana puede ofrecerle alimentos cocinados. Hoy ya no puede encender su hornillo de barro con las boñigas de vaca que ella misma acostumbraba a disponer sobre el suelo, en pequeños montones, para que las secara el sol. Sus largas manos cuelgan, elegantes aún, transparentes en su extrema delgadez, del camastro de cuerda.

No es triste morir: es solamente el dedo del invierno reconociendo los cuerpos que se duermen.

El largo y húmedo sonido de las caracolas acompaña las llamitas embarcadas en hojas de baniano: ofrendas para los espíritus de los antepasados, que viajan río abajo con la corriente o se quedan detenidas al costado de una barca. Nada muere en Benarés; todo se acompasa al ritmo del fuego, del agua, de la tierra. Nadie muere en Benarés; morir es otra manera de estar vivo. Aquí se suspenden –y tal vez mueran, ellos sí- los cuentos tristes y los rituales trágicos. El tiempo deja de rendir tributo al pasado, se vuelve puro acontecer, eternidad que cabe toda entera en la mirada, eternidad de aire y de piel, de sonido.

La vieja brahmana tose a cortas sacudidas. Estas palabras que escribo la detendrán quizás, formarán bordes, orillas en su tiempo. Son palabras intrusas y las escribo con la secreta impresión de malograr en cierta medida el perfecto destino de un alma que renuncia a ser propia.

Todo es simultáneo: las aguas sucias inundando los escalones anchos que llevan al río, sus ojos semi-cerrados ya por las nubes, sus labios repitiendo aún el gesto que corresponde a los nombres sagrados, los búfalos, hermosamente lentos, sumergiéndose en el Ganges... No sé si el sol saldrá mañana redondo y rojo como el betel cuando se muerde, no sé si algún niño nacerá en Benarés con los ojos abiertos, no sé si en la serena mirada de las vacas la ciudad se reflejará más suave, más amable. Son extraños los males que los hombres inventan y es tan simple la muerte como el roce de un silencio cuando la luz se apaga.

(Murió en la noche del 24 de diciembre de 1987)

Chantal Maillard, La otra orilla