martes, 21 de marzo de 2017

Resplandor y olvido de Fraguas de Víctor Sandoval




Pasaba las tardes en una vieja plaza.
Tardes y plaza,
árboles quemados,
había un roble partido en dos,
la piel arrugada, pero erguido y muy alto,
un oscuro mundo en sus ramas.
Tardes y plaza ardiéndome en la garganta.
Conminatoria y rápida
la revelación apenas me rozó.
Había que escapar o quedarse para siempre.
Como en Fraguas, la ciudad de la que soy un fugitivo
ahí estabas, padre, llamándome,
con tu piel calcinada, el tronco gigantesco,
tu oscuro mundo de yunques, fragores y descensos.

Amarás un telón amarillo.
El viejo otoño sobre el bosque
en la estación de los turistas.
Dejarás Fraguas, l anombrada.
Llevarás a tu padre bajo el brazo,
como el de Ilión un día.
Como el de Troya,
fue grande y poderoso.
Alborotó camas de hierro
usó trajes de alpaca y fístulas rosadas.
Dejarás la ciudad en llamas del otoño.
Otros serán, otros son ya los habitantes.
Ni una piedra rodada recordará a tu padre.
De la ciudad antigua sólo el reloj de sol,
los contrafuertes rojos del poniente.
Tendrá una máscara de hierro la ciudad, una malla de alambre
túnicas de moscas y ceniza,
rígidas banderas de polyéster sobre los edificios,
(negocios, habrá negocios para la gente nueva)
un aire de inocencia pervertida en las canteras rosa,
extranjerías innobles sobre los calicantos.
Dejarás Fraguas, la nombrada, un día de gran jolgorio
con tu padre el sarmentoso, el olvidado, bajo el brazo.

Fraguas se fundó
para que conviviera el padre con sus hijos.
Para que en el comedor, antes de la siesta,
departiera la familia,
circundada de yunques y fuelles resonantes;
resonantes y lejanas frases obscenas de la fábrica
tocando muros y ventanas.
Fraguas fue creciendo casa a casa,
sólida en sus relaciones,
armoniosa del todo.
Fraguas era una granada abierta,
cordial al visitante.
En sus talleres se construyeron máquinas de ligereza
para dar la vuelta al mundo.
Hubo quietos arados de afiladas rejas,
agujas y dedales centelleantes;
se construyó también una plaza de acero
para que mi padre, ceremonioso en las celebraciones
celebrara sus cuatrocientos años.

Cada día te pareces más a tu padre.
La misma nariz,
la misma nuca, el muro de cemento, la espalda de la fábrica,
tu padre, el clima y tú,
el mismo rostro de Fraguas:
Los estanquillos, la cerveza dorada los domingos,
por esas fechas en Fraguas
los niños y sus juegos en las calles, bolas de cristal,
trompos claveteados,
áureas monedas altas perdiéndose en los árboles.
Fraguas en las tardes:
un bruñido color en las doncellas,
adolescencias de metal,
un espejo de sol en el que todos anhelaban repetirse.
-Cada día eres más la imagen de tu padre:
el secreto fulgor que alondra el entrecejo,
los puños angustiosos sobre las caderas,
las esquirlas de luz abriendo paso.
Su voz entre cadenas
sensible a la garganta, por sus vetaduras
un azaroso agrio licor de espinas,
erguida bayoneta de silbidos.

Pespuntean el horizonte las siete cabrillas.
La arena del desierto
evoca la figura del pastor
de Santa Sofía y en Fraguas
los jóvenes arcángeles
han descendido para confundir al hombre.
Hay un pedazo de oro
y tiembla como un rayo de sol.
En cada hogar de Fraguas
se enciende una ramita de odio.

Restañar las heridas en Fraguas no fue fácil.
Toda la noche mi padre estuvo cavilando.
La luna gemía despacio entre el saucedal y el agua.
Las banderitas de papel en las acequias cautelosas.
El costillar herido de las puertas.
Los centuriones diestros a la ronda en círculos
estrechando el cerco con su collar de lanzas.
El alto poder del M-1 a tumbos en el puente.
La noche llena de flores desdentadas.
Es tan intenso el miedo
que hasta los mismos guardias delante de las casas
esconden sus temores.
Mi padre cavilando, toda la noche cavilando.
La casa de las fieras abierta y encendida.
Sus aullidos de espanto dominan nuestro sueño.
Y la lluvia en espera para lavar la sangre.

(EL PADRE LLEVA A SU HIJO AL ZOOLÓGICO)

Una veleta de lámina
El gallo en su gallinero
Gargantón el gallo canta
El águila y su calvicie
-Yo te perdono padre
Un tigre de doble filo
Un día de ámbar enjaulado en la piel
El enjoyado viborezco en su zarzal
Los dientes del tigre
Sus cuatro engarraduras
-Yo te perdono padre
y agazapado espero tanta sangre exquisita
La veleta girando al viento de las dalias
La noria tumba del agua
El águila coja sin la doble cabeza
El viborezno arqueado sobre el tractor Ford Major

Llego de la noche
Harto y feliz
Llego de la noche yo el triturador
Afuera dejo un clamoreo de estrellas y cristales
Para que no me moleste con preguntas
Encierro a mi padre en su tumba


(INTERMEDIO PARA CONSAGRAR AL PADRE)

Mi tiempo, padre:
Himnos de guerra y tableteo de metralletas.
Lo estoy viviendo apensa pero lo estoy viviendo;
soy el aire del arquero y su brazo.
Te veo escribiendo tus poemas
como éste padre, como éste.
¿Para qué, para quienes?
¿Para quiénes abres tu cartapacio,
tu horrenda máquina de escribir
como dentadura postiza?
A veces te leo en los periódicos
llenos de mosquitos proditorios.
Hace cincuenta largos años
que estás sobre la tierra.
Yo, padre, soy yo-padre desde que tú naciste.
El beso que pongo en tu mejilla
es el bien común,
el orden que rodea nuestra cisterna.
Por este lento avanzar del poemario,
del poema-río de tu consagración,
te despega la muerte de la vida
con paciencia de coleccionista.

(PLAZA EN ARMAS)

Tenemos nostalgia de las piedras.
Nos custodian muros de frentes amplias
donde se han escrito sentencias ineludibles,
actas constitutivas, horas de pozo adentro
con su latir a ciegas.
Nos custodian la ciudad y su cauda
procesional de lagrimones de salitre,
sus herrajes y arcadas,
aire de resplandores en las testas insignes.
Nos custodian labios denunciatorios,
contra infames costumbres,
por ejemplo: la exquisita cortesía de ese loco
que saluda al suicida y su féretro de crisantemos,
su escandalosa muerte de cianuro.
Nos custodian la noche y el tramonte
en su lecho de relámpagos.
La ciudad nos custodia desde su plaza en armas,
ágora de pavores y codicias;
estatuas de crisólitos vigilan este sitio
y nos preservan de cualquier transparencia.

(SUBURBIOS)

Soledad de abajo
y la brumosa mesa del café
Puerto de la Concepción
y el viaje que no haz de realizar
Viudas de Oriente
y la pasión nostálgica
Viudas de Poniente
te desnudo y me desnudas en sábanas de bramante
Ojo de Agua de Crucitas
desde lejos viene la tarde
Santa Rosalía del Polvo
un candor de piedra en la mirada
Rancho de Pulgas Pandas
el purificador de almas tragando lumbre
Pila de los Perros
verdades como puños el fontanero
abriendo las fuentes de la plaza
Amapolas del Río
una flauta enamorada
Soledad de Arriba
Don Juan al empalado bajo un claror de hogueras.

Aullidos de bronce,
sábanas blancas y sábanas manchadas,
dilataciones y dolor,
mi padre tranquilo en el zaguán.
-Antes que nada, comadrona,
échame al mundo.

Los días grávidos de agosto tienen un corazón de piedra.
Duerme.
En Fraguas, la ciudad de acantilados
y edificios rectangulares,
hay pequeños y tiernos detalles
Hay aurículas de transparentes nervaduras
y palomares de cemento.
Hay acequias y peces de agua fría.
Mi padre forja duras azucenas y besos de granito.

Los domingos el sol llega de pronto,
y todo Fraguas es
un resplandor de piedras y follajes.
Fraguas vuelta a encontrar, ganada para siempre;
navegan por el aire partículas de esmalte,
peces estriados, pájaros brillantes y pequeñas piezas de cerámica
Entonces las gentes van y van;
los mercados se llenan con sus gritos,
se sumergen en campos de pitayales dulces;
fuman en boquillas de cristal;
de sus cuerpos desnudos cuelgan joyas y pequeños signos de plata.
Naturalmente todos son jóvenes,
miran de frente entonando a Vivaldi.

Aparte del ciclo pluvial,
las regaderas y los sanitarios,
los ruidos más importantes de Fraguas se han ido perdiendo.
-Fan- faneto – neto – fan – faneto- neto -fan
¿Qué se hizo la máquina de vapor
saliendo de sus cuevas de bisonte?
¿Qué se hizo el rey mi padre y su tren de esmeraldas,
su cadena de oro, pechera de cobalto,
la sortija de amor entre los dedos?
No hay ojos para mí,
melancólico y calvo busco una calle antigua,
mido la distancia y no es la misma.
¿Qué se hicieron las señales que dejamos,
el aldabón de hierro y la puerta labrada?
Busco los antiguos lugares comunes:
Un nombre de mujer, la miscelánea verde,
la cicatriz del muro, Busco a la bella Adriana,
su cama de latón y el cielo raso;
busco al minotauro ganadero que le abrió las caderas.
¿Qué se hicieron los ruidos de Fraguas?
¿Qué se hizo el yunque de diamante de mi padre
y su tren de esmeraldas?

No quedó nada,
sólo el desierto;
Teotihuacan, Fraguas, Caldas, Asterópolis,
con sus rostros de aljibe.
Derruido el zigurat, trunca la pirámide,
el campanario en ruinas.
Sólo el silencio altivo.
¡Patrias de la misericordia
apiádense de Fraguas!
Debo olvidar la crónica,
los días rutilantes,
la procesión de palmas.
Olvidar la ciudad llameante de automóviles y anuncios.
No se hable más de los altos palomares
ni los apiarios rojos en el valle.
-Entonces las uvas y su dulzor de agosto-
Olvidar la historia y los ojos;
dejar la ciudad como el perro rabioso
que rompe con sus clases de obediencia.

Y abres los ojos con espanto.
Vienes del sueño a la ferocidad del sol.
Abres los ojos al espanto de esta mañana.
Si naciste en Fraguas, la de calles perdidas,
la de sordas campanas y esquilas subterráneas,
eres hijo de mi padre.
Dejaste, dejamos, la humedad de terciopelo,
la caverna tibia,
un ataúd de lunas tendido en las baldosas.
Estamos en Cataluña en llamas
o en cualquier lugar distante.
Las piedras a pleno sol, al farallón de Fraguas.
Olvídate del sueño y su festín de plumas,
reposante en su himen de giganta
y sus labios de arena.
Dejé ruidos de puertas, contraseñas, pasajes,
la terminal en brumas, el ómnibus cansado.
El caballo viajero se desnudó en la cuadra
en busca de su yegua.
Si naciste en Fraguas
olvídate de todo.
Fraguas es una hoja en blanco.

La memoria no existe.

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