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Elena Pancorbo. |
Los siguientes poemas pertenecen a la antología personal
Diario de una mujer de ojos grises (2009, ICED), que se compone de cuatro poemarios distintos: "Canción contenida" (2008), "Diario de una mujer de ojos grises" (2007), "Metodología del olvido" (2004) y "Del amor y otras enfermedades venéreas" (2002). Los comparto al azar, conforme fui hojeando el libro, el cual está exquisitamente ilustrado, definitivamente es uno de esos libros que son hermosos no sólo por los poemas, sino por el manejo y acompañamiento que se les dio.
IV
Deberíamos recordar
esa canción
que nos reveló que teníamos alma.
Deberíamos llevar en la cartera
una foto
un papel
una carta
que nos identifique humanos.
Deberíamos llevar
en la punta de la lengua
la pregunta que pueda destruir
lo que sentimos cierto.
Habría que beber un poco,
chillar por los errores
que no podemos perdonarnos,
regresar al amor,
mirar con los ojos torcidos,
llorar como un niño,
apedrear a los que no sean como nosotros,
caminar hablando de lo que no tenemos,
de lo que por suerte no somos,
de los lugares donde no nos dejan entrar.
Deberíamos recordar
las estupideces que nos han enseñado
y caminar derechos
y decir buenas tardes.
Recordar,
porque la vida es corta.
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Elena Pancorbo |
DULCE
La gente me dice
¿por qué no puedes ser más tierna?
¿Por qué no intentas ser más dulce?
¿Por qué no aprendes otras palabras
además de las negras?
No es que no sepa hablar de ese modo,
es que no quiero hacerlo.
Dejen de molestarme.
Si fueran tan buenos como dicen
se parecerían un poco menos a mí.
Viviríamos en silencio
sin mirarnos a los ojos
pero al fin en paz.
RESIGNACIÓN
Al final
sobra tiempo para contemplar las estelas de las mariposas.
Tender al solo los recuerdos que nos mantienen erguidos
para sacudir las cenizas.
Al final hay espejos que lastiman
y oscuros escondites donde la memoria juega al póker.
La vida es un ejercicio de resignación y olvido.
Una cuestión de fe.
Lo doloroso es ver pasar los años
el amor
las tragedias
el cuerpo
y al final descubrir
que todo era tan simple.
Lo importante fue siempre
estar tranquilo.
Intentar ser feliz
en caso de que Buda nos mintiera
por si acaso no existe el Paraíso
por si es cierto que aún no estamos muertos.
Acaso sea probable
que la vida no trata más que de eso:
aprender a estar vivos.
UNO PARA HENRY CHINASKY
Él dijo:
"Anoche
soñé que te metía la verga
pero
no pienses
que estoy dándote entrada
o que significa algo para mí".
Sonreí.
Nunca fui más.
Su nombre todavía me dolía hasta la carne.
Cada vez que cogimos
me hizo creer en la posibilidad del cielo.
De un Dios.
Aún es mi única razón para existir.
Pero sólo dije:
"Pene se oye menos vulgar"
y salí.
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Elena Pancorbo |
SRITA. BLUE
Señores,
como última voluntad
quiero mostrarles mi radiografía:
soy morena clara
como una noche remojada de agosto.
Me gusta el agua,
pero cuando viene del cielo
me entristece.
Le temo a los vampiros
a pesar de que duermo
con la ventana abierta.
Alguna vez,
probablemente de niña,
creí que un vaso de esperanza
no se le niega a nadie;
ahora sé
que estar marchito
no necesariamente
implica que estés muerto.
A estas alturas
no sé diferenciar
catorce atardeceres
de dos cuerpos.
Y mi capacidad de formar parte de un todo
decrece
en proporción directa al aumento
del azul en mis córneas.
La mayor parte del tiempo
preferiría dormir,
estar leyendo,
o hacer el amor con alguien
digno de quitarle a mi angustia
este olor a soledad.
Pero
para cualquiera de las tres
se requiere de tiempo y energía:
olvidé mencionar
que estoy obscenamente enferma
de fastidio
frigidez en el habla,
y demás afecciones nerviosas
que conlleva
dejar de tener diez años.
Señores,
hay algo cuando río
que no me deja ser
completamente honesta.
Todo lo dejo a medias.
Desde hace años cuando me acuestio
sueño sombras corriendo tras de mí.
Los perros me dan lástima
por fieles,
por estúpidos;
a veces no me gustan los gatos
pero en mi casa han habido hasta doce.
Me siento fracasada
y el entusiasmo me dura lo mismo
que la erección de un hombre a los sesenta.
Aun así,
hay gente que me envidia
y lucha por destrozarme.
No soy ninguna víctima
pero lo más ridículo
es
que han logrado
acabar con la ración de fe
que el buen Dios me vendió
a cambio de mi silencio.
Ya que hablamos de Él
déjenme confesar
que soy una traidora.
No creo en el infinito.
Por diecisiete años
he visto los milagros
como una transacción.
Me di un receso
y ahora busco la fe
plenamente consciente de mi incapacidad
para confiar.
Sólo por miedo a condenarme.
Señores:
es todo lo que puedo declarar en mi defensa.
Como última voluntad
quiero venderles mi radiografía.
Vamos a imaginar
que es el retrato
de la perfecta niña feliz
políticamente correcta,
y cuélguenla en la estancia
de una casa
cualquiera.
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